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miércoles, 8 de junio de 2011

LOCUCIONES Y REVELACIONES

LOCUCIONES  Y  REVELACIONES
2)      Locuciones 

1.      Noción. —El segundo fenómeno en que hemos dividido los relativos al conocimiento  son las locuciones. Se distinguen de las visiones en que éstas presentan a la mirada del espíritu realidades o imágenes, mientras que las locuciones son fórmulas que enuncian afirmaciones o deseos. Además, las visiones pueden producirse sin locuciones, y éstas pueden producirse sin aquellas. Aunque de ordinario los dos fenómenos se producen casi siempre juntos.

         Hay que repetir aquí lo que ya hemos dicho con respecto a las visiones. Propiamente, la palabra locución se refiere únicamente al lenguaje articulado percibido por el oído corporal del oyente. Pero por extensión y analogía se aplica también a la imaginación y al entendimiento.

2.        División.—Como las visiones, las locuciones son también de tres clases: auriculares, imaginarias e intelectuales, según que se perciban por los oídos corporales, la imaginación o el entendimiento. Las más perfectas—ya lo vimos también en las visiones—son las intelectuales; luego vienen las imaginarias, y, por último, las auriculares. Digamos algo de cada una de ellas.

         A)   Locuciones Auriculares. —Se llaman así las que son percibidas por los oídos corporales.  Son vibraciones acústicas formadas en el aire por los ángeles o los demonios.  Estas palabras algunas veces parecen salir de las visiones corporales, de una imagen, de la Sagrada Eucaristía o de otro objeto de que Dios quiera valerse para instruirnos (34).

            Son muy numerosos los ejemplos de estas locuciones corporales tanto en la Sagrada Escritura como en las vidas de los santos.  Son clásicas las de Adán y Eva, Agar, Samuel, etc., y las del ángel Gabriel a Zacarías y María (35).

         B)     Locuciones Imaginarias. —Son las que no se oyen con los oídos corporales, pero se perciben claramente con la imaginación ya durante el sueño  o en estado de vigilia.  Pueden proceder no solamente de Dios, sino también de los ángeles buenos o malos (36),  excitando o combinando las especies imaginarias ya anteriormente percibidas por los sentidos, pero no infundiendo nuevas especies que jamás hayan pasado por ellos (37). Se distinguen de las actividades naturales de la imaginación en que no son producto de la propia industria ni pueden dejarse de percibir aunque el alma las rechace o quiera distraerse de ellas. Por lo demás, la regla fundamental para distinguir las de Dios—o de los ángeles buenos—de las diabólicas o puramente naturales es siempre el examen cuidadoso de los efectos y frutos que producen en el alma. Las de Dios dejan en el alma humildad, fervor, ansias de inmolación, espíritu de obediencia, deseo de cumplir con perfección los deberes del propio estado, etc., etc. Las de la propia naturaleza no producen fruto ninguno; y las diabólicas los producen malos: sequedad, inquietud, insubordinación, vanidad, etc.    

A)          Locuciones Intelectuales. —La locución intelectual es aquella que se hace oír directamente en el entendimiento sin el concurso de los sentidos externos o internos, al modo que los ángeles se comunican sus pensamientos.


(34)  Cf. VALLGORNERA, o.c., q.3 d.5 a.8 n.750.
(35)  Cf. Gen 3,9; c.21. 14-19; I Reg. 3,3s: Lc 1,11-20.26.26-38
(36)  I, I I I , 3.
(37)  I, I I I ,3 ad.2


         Dos elementos concurren a la formación de este lenguaje espiritual: las especies inteligibles preexistentes o infusas (38) y la luz sobrenatural, que las ilumina con claridad inefable. Estas comunicaciones, aunque diferentes en la forma. Tiene, no obstante, grandes analogías con la visión intelectual. Cuando son verdaderas escapan a todo otro poder inferior al del mismo Dios. Ya hemos explicado más arriba la razón.

         Clases de locución intelectual.—San Juan de la Cruz—y con él todos los tratadistas posteriores—divide las locuciones intelectuales en tres clases, que él llama sucesivas, formales y sustanciales. Escuchemos sus palabras.    
                  
         “Sucesivas llamo ciertas palabras y razones que el espíritu,  cuando está recogido entre  
sí, para consigo suele ir formando y razonando.  Palabras formales son ciertas palabras
         distintas y formales que el  espíritu recibe no de sí, sino de tercera persona, a veces  es-
         tando recogido, a veces no lo estando. Palabras sustanciales  son otras palabras que tam-  
         bién formalmente se hacen al espíritu a veces estando recogido, a veces no; las cuales en
         la sustancia del alma hacen y causan aquella sustancia y virtud que ellas significan” (39)       
         Digamos algo de cada una en particular.
        
a)                          Sucesivas.—A primera vista, estas locuciones son puramente humanas, puesto que nos dice el Santo que el espíritu las va formando y razonando. Pero, como explica después (40), en realidad proceden de la luz divina del Espíritu Santo, que “le ayuda muchas veces a producir y formar aquellos conceptos, palabras y razones verdaderas”. Por eso, el alma las va formando con tanta facilidad y perfección. Es una acción combinada del Espíritu Santo y del alma, “de manera que podemos decir que la voz es de Jacob y las manos son de Esaú”. Y se llaman sucesivas porque no se trata de una luz instantánea e intuitiva, sino que el Espíritu Santo va instruyendo al alma a manera de razonamientos sucesivos.
b)                         
En cuanto locución intelectual, no cabe en estas palabras engaño alguno. Pero cábelo —advierte San Juan de la Cruz— en los conceptos y razones que va formando el entendimiento: “que como ya comenzó a tomar hilo de la verdad al principio, y luego poner de suyo la habilidad o rudeza de su bajo entendimiento, es fácil cosa ir variando conforme a su capacidad”.

         De todas formas, las ilusiones y engaños procederán siempre de la imaginación del sujeto; nunca del demonio, que nada tiene que hacer aquí.
           
b) Formales.—Estas locuciones son las que se perciben en el entendimiento como  viniendo claramente de otro, sin poner uno nada de su parte, ya estando el espíritu recogido, ya distraído, a diferencia de las sucesivas, que siempre se refieren a lo que el espíritu estaba considerando.
         De suyo, las palabras intelectuales formales no pueden nunca inducir a error. Y la razón es porque ni el entendimiento pone nada de su parte ni el demonio tiene acción directa sobre él.  Pero puede, no obstante, haber ilusión, tomando por palabras divinas los artificios del demonio sobre la imaginación. Los efectos que producen, aun las divinas, son muy escasos --dice San  Juan de la Cruz--, y por eso apenas se pueden distinguir por los efectos (41).


(38)  Según Cayetano, para el lenguaje de los ángeles bastan las especies inteligibles preexistentes; por consiguiente, bastarían también para la conversación intelectual del alma con Dios o con los ángeles (Cf. In I.P. q.107 a-1; MEYNARD, o.c., t.2 n.311)
(39)  Subida II,28,2.
(40)  Cf. Subida II,29,1-3.
(41)  Subida II,30,5.

c)   Sustancias.—Son las mismas formales, pero con eficacia soberana para  producir en el alma lo que significan; v.gr., si Dios dice al alma “sé humilde” o “tranquilízate”, al instante se encuentra el alma anonadada y llena de humildad, o se queda gozando de imperturbable y suavísima paz aunque tal vez segundos antes estuviera toda turbada y alborotada.     
         En estas locuciones sustanciales no cabe error o ilusión. Es evidente que efectos tan sobrenaturales e instantáneos superan con mucho a toda potencia humana o diabólica. El alma no tiene más que humillarse y dejarse en manos de Dios, sin buscar ni rehusar nada (42). El alma se siente como sobrecogida por la majestad soberana de Dios, “cuyas palabras son obras”, como dice San Teresa (43).

1.           Naturaleza teológica de las locuciones. —Dada la estrecha afinidad y semejanza de las locuciones con respecto a las visiones, hemos de repetir aquí lo que allí decíamos. De suyo, las locuciones no entran en el desarrollo normal de la gracia santificante, y suponen, por lo mismo, un favor del todo gratuito y sobreañadido.  Pertenecen, pues, per se a las gracias gratis dadas, y entre ellas hay que referirlas reductive a la profecía. De todas formas—como ya vimos al exponer la teoría general de las gracias gratis dadas--, muchas de estas locuciones causan un gran bien al alma que las recibe, sobre todo las sustanciales, que producen el bien que significan. En general, no deben desearse las locuciones por los peligros a que exponen, a no ser las sustanciales, en las que nada hay que temer. El mismo San Juan de la Cruz, tan rígido y severo en rechazar todas estas clases de gracias extraordinarias, no vacila en escribir hablando de las palabras sustanciales: “Dichosa el alma a quien Dios la hablare. Habla, Señor, que tu siervo oye” (44).

3)      Revelaciones

1.      Noción.—Nominalmente la palabra revelar vale tanto como “quitar el velo” que oculta a una cosa-  En su significación real, podemos definirla, con Vallgornera, diciendo que es “la manifestación sobrenatural de una verdad oculta o de un secreto divino hecha por Dios para bien general de la Iglesia o para utilidad particular del favorecido(45).
El velo que oculta a la cosa revelada puede desaparecer sobrenaturalmente por medio de una visión, locución o instinto profético. Toda revelación divina perfecta supone el don de profecía, y su interpretación requiere el de discreción de espíritus.

2. División fundamental.—De la misma definición de Vallgornera se desprende la división fundamental de las revelaciones divinas en públicas y privadas, según que se dirijan a toda la Iglesia —las Sagradas Escrituras— o a una persona en particular. Las públicas son el fundamento de nuestra fe, y sólo la Iglesia es su depositaria y guardiana; de ellas se ocupan la Apologética —motivos de credibilidad— y la Teología dogmática, principalmente en los tratados de Lugares teológicos y De fide. A la Teología mística afectan únicamente las revelaciones particulares o privadas.

3.   Otras divisiones.—Los autores suelen dividir las revelaciones—por razón de su forma—en absolutas, condicionadas y confirmatorias según que no dependan de condición alguna, o dependan de ella, o lleven consigo alguna amenaza o anuncio de castigo. Estas últimas—lo mismo que las que ofrecen premios—suelen ser condicionadas. Así, v.gr., la profecía de Jonás sobre la destrucción de Nínive y el vaticinio de San Vicente Ferrer sobre la proximidad del juicio final, aun probada esta revelación y misión divina del Santo con estupendos milagros.

(42)  Subida II,31.
(43)  Cf. Vida 25,18.
(44)  Subida II,31,2; cf. I Reg 3,10.
(45)  Cf. VALLGORNERA, o.c., q.3 d.5 a.4 n.718.

Cuando las revelaciones se refieren a acontecimientos futuros, se les da ordinariamente el nombre de profecías, aunque de  suyo la profecía abstrae del tiempo y del espacio. Y suelen dividirse estas profecías en perfectas e imperfectas, según que el profeta al hacerlas conozca los extremos de la verdad que anuncia y se dé cuenta de que la anuncia como manifestada por luz divina o sin que conozca el alcance de la misma (v.gr., mediante símbolos o enigmas, en cuyo caso se llama simbólica), o también sin saber la misión que está realizando. A esta última suele llamársela instinto profético. Tal fue, v.gr., la profecía de Caifás cuando anunció que Cristo moriría por todo el pueblo (46). Las revelaciones o profecías se reciben por medio de visiones y locuciones divinas; y de ordinario se sirve Dios para hacerlas del ministerio de los ángeles (47).  Las imperfectas sólo presuponen una moción interior o cierta inspiración más o menos inconsciente.

4.     Las  revelaciones privadas.—a)  Existencia.—Siempre han existido almas ilustradas con el espíritu de profecía(48).  Es un hecho reconocido por la Sagrada Escritura y por la autoridad de la Iglesia en los procesos de canonización. Discutir la posibilidad de las revelaciones privadas—dice Meynard (49) —sería desconocer una de los caracteres de santidad de la verdadera Iglesia y el soberano poder de Dios.

c)                           No entran en el Depósito de la Fe. —Nuestra fe se apoya en la revelación hecha a los profetas y a los apóstoles, contenida en la Sagrada Escritura y en la Tradición bajo el control y vigilancia de la Iglesia. Las revelaciones particulares, cualquiera que sea su importancia y autenticidad, no pertenecen, pues, a la fe católica.

No obstante, reconocidas como tales después de un prudente juicio, sin duda alguna deben los que las han recibido directamente inclinarse con respeto ante ellas.  Si esta adhesión debe ser en ellos acto de fe divina, lo discuten los teólogos; la opinión afirmativa—al menos cuando el hecho de la revelación sea del todo evidente—parece más aceptable.
      
Lo dicho de los mismos que reciben las revelaciones se entiende también de aquellos a quienes Dios manda intimar sus designios, con tal de que tengan pruebas ciertas de la autenticidad de esta revelación (50).  Para los demás no puede pasar de piadosa creencia, sin que tengan que darles asentimiento de fe divina aunque hayan sido aprobadas por la Iglesia como no contrarias al dogma ni a la sana moral.  Cuando la Iglesia aprueba una revelación privada, no intenta garantizar su autenticidad; declara simplemente que nada encierra contrario a la Sagrada Escritura y a la doctrina católica y que puede proponerse como probable a la piadosa creencia de los fieles. Sin embargo, sería muy reprensible contradecirlas o ponerlas en ridículo después de la aprobación de la Iglesia (51).

Alcance de las Revelaciones Privadas. — Aun teniendo una revelación privada los caracteres de divina según las reglas de discreción, puede resultar falsa si se la quiere extender a un campo que no le corresponde por más que se halle cercana a él. Acontece con mucha frecuencia en tales revelaciones que la actividad intelectual de quien las recibe, sus conocimientos naturales y hasta sus preocupaciones teológicas o científicas contribuyen poderosamente a la formación de ciertos detalles del cuadro, episodio o discurso revelado, alterando su verdadero sentido o introduciendo elementos humanos en mezcla con los divinos (52). 

(46)   Io II,49-52.—Cf. II-II,171,5.
(47)   Cf. II-II,172,2.
(48)  Cf. II-II,174,6 ad.3.
(49)  La vida espiritual vol.2 n. 322.
(50)  Cf. BENEDICTO XIV, De serv. Dei Beatif . s.3 c. ult.n.12
(51)  MEYNARD, o.c., N.323-25.—Cf. SAUDREAU, L’etat mystique n.233-30 (ed. 1921)
(52)  Cf. NAVAL, Curso de ascética y mística n.272 (354 en la 8ª ed.).

c) Alcance de las Revelaciones Privadas. —Aun teniendo una revelación privada los caracteres de divina según las reglas de discreción, puede resultar falsa si se la quiere extender a un campo que no le corresponde por más que se halle cercana a él. Acontece con mucha frecuencia en tales revelaciones que la actividad intelectual de quien las recibe, sus conocimientos naturales y hasta sus preocupaciones teológicas o científicas contribuyen poderosamente a la formación de ciertos detalles del cuadro, episodio o discurso revelado, alterando su verdadero sentido o introduciendo elementos humanos en mezcla con los divinos (52). Muchas veces estas alteraciones son debidas indudablemente a los editores y amanuenses o copistas. Y así acontece, v.gr., que las revelaciones de Santa Catalina de Siena, dominica, coinciden totalmente con la doctrina de Santo Tomás y las de la Venerable María de Agreda, franciscana, favorecen casi siempre la doctrina de Escoto.      
Otro escollo en el que fácilmente se puede tropezar es el relativo a la interpretación de esas revelaciones aun suponiendo que se hayan recibido y transmitido sin ninguna corrupción o interpelación humana. No da el Señor sus luces sobrenaturales para que sin tiento ni consideración se apliquen según la conveniencia de cada uno, y permite a veces que se interpreten mal para castigar alguna presunción o curiosidad habida en ellas (53). San Juan de la Cruz expone largamente esta doctrina y aduce diferentes casos del Antiguo Testamento en confirmación de ella (54).
d)     Naturaleza teológica de las Revelaciones. —Hemos de repetir una vez más lo que ya hemos dicho al tratar de las visiones y locuciones. De suyo, estas gracias no entran en el desarrollo normal de la gracia santificante y ni siquiera la suponen necesariamente en el alma, como en el caso de Caifás. Pertenecen, pues, per se a las gracias gratis dadas, y entre ellas  causan un gran bien al que las recibe, en el sentido que ya hemos explicado. De todas formas, los maestros de la vida espiritual están de acuerdo en que no deben desearse estas gracias por los grandes peligros a que exponen, ya que el demonio o la propia fantasía tienen aquí un gran campo de acción para verificar en él toda clase de engaños e ilusiones. San Juan de la Cruz tiene por pecado—a menos venial—el pedir a Dios revelaciones (55).

e)        Reglas de Discernimiento. —Vamos a resumir brevemente las principales que  indican los maestros espirituales:
1.ª      Hay que rechazar como absolutamente falsas las revelaciones opuestas al dogma o a la moral. En Dios no cabe contradicción.
2.ª     Las revelaciones contrarias al común sentir de los teólogos o que dan como revelado lo que libremente se discute en las escuelas, son gravemente sospechosas.  La mayoría de los autores dicen que deben rechazarse; otros dicen que podrían admitirse después de examinadas con particular escrupulosidad.  Benedicto XIV refiere ambas opiniones sin dirimir la cuestión (56).   
3.ª     No se debe rechazar, sin más, una revelación porque alguna de sus parte o algún detalle sean evidentemente falsos.  Puede ser que lo restante sea verdadero (57).
4.ª    No puede darse por divina una revelación por el hecho de cumplirse en parte o en todo.  Porque podría ser efecto de la casualidad o de conocimiento naturales (58).
5.ª   Revelaciones que tienen por objeto cosas inútiles, curiosas o inconvenientes hay que rechazarlas como no divinas. Dígase lo mismo de las que son prolijas sin necesidad o van cargadas de pruebas y razones superfluas.  Las revelaciones divinas suelen ser muy breves y discretas;  pocas palabras y muy claras  y precisas (59).
6.ª     Examínense cuidadosamente la persona que recibe las revelaciones, su temperamento y su carácter.  Si es discreta y juiciosa, si goza de buena salud, si es humilde y mortificada, si está adelantada en santidad, etc.;  o si, por el contrario, está extenuada por austeridades o enfermedades, si padece de afecciones nerviosas, si es propensa al entusiasmo y exaltación, si divulga fácilmente sus revelaciones, etc. Por aquí podrá sacarse una fuerte conjetura sobre el origen de tales revelaciones (60).

Citas (53) a (60) en la siguiente página.

7.ª    En fin, la principal regla de discernimiento—en esto como en todo—serán siempre los efectos que producen en el alma las pretendidas revelaciones: “El árbol bueno no puede dar frutos malos, ni el árbol malo darlos buenos (Mt. 7,18).