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domingo, 5 de junio de 2011

Cap. I Las causas de los Fenómenos Extraordinarios. Mód. II LO DIABÓLICO

Curso de Capacitación Pneumatológica
Capítulo I Las causas de los Fenómenos Extraordinarios
(Continuación. Módulo II) 
L O     D I A B Ó L I C O

Al estudiar esta tercera fuente de fenómenos aparentemente místicos hemos de contentarnos con someras indicaciones. No podemos desarrollar ampliamente un tema que abarca casi toda la Teología de los ángeles y que rebasaría desorbitadamente los límites de nuestra obra.

Doctrina teológica sobre los demonios.—He aquí, brevísimamente expuesta, la doctrina de la Iglesia sobre los demonios y las principales a que han llegado los teólogos partiendo de los datos revelados:

1.ª     Es de fe que existen los demonios, o sea, un número considerable de ángeles que fueron creados buenos por Dios, pero que se hicieron malos por su propia culpa (62).

2. ª  Los demonios ejercen, por permisión de Dios, un maligno influjo sobre los hombres incitándoles al mal (63) y a veces invadiendo y torturando sus mismos cuerpos (64).

3. ª   En  medio de los asaltos y torturas de los demonios, la voluntad humana siempre permanece libre. La razón es porque—como explica Santo Tomás  (65)la voluntad sólo puede ser inmutada de dos maneras: intrínseca o extrínsecamente. Ahora bien: sólo Dios puede moverla intrínsecamente, ya que el movimiento voluntario no es otra cosa que la inclinación de la voluntad a la cosa querida, y sólo Aquel que ha dado esa inclinación a la naturaleza intelectual  puede inmutarla intrínsecamente; porque así como la inclinación natural procede del Autor de la naturaleza, así la inclinación voluntaria no viene sino de Dios, que es el autor de la misma voluntad. Extrínsecamente, la voluntad puede ser movida de dos maneras:

(62) Cf. D 428; Mt. 25,41; 2 Petr 2,4.
(63) Cf. Eph 6,11-12; I Thess 3,5; I Petr 5,8-9.
(64) Mt 4,24; 10,1; Lc. 8,2, etc.
(65) Cf. I,III,2.

a) eficazmente, o sea actuando sobre el mismo entendimiento y haciéndole aprehender el objeto como bien apetecible (y en este sentido sólo Dios puede mover eficazmente la voluntad, porque sólo El puede penetrar directa e intrínsecamente en el entendimiento), y b) ineficazmente, o sea, a modo de simple persuasión (“per modum suadentis tantummodo”). Y éste es el modo que corresponde a los ángeles—buenos o malos—y a los demás seres creados, que pueden influir sobre nosotros. El demonio, pues, sólo puede mover la voluntad extrínsecamente “per modum suadentis”, esto es, ofreciendo a los sentidos externos e internos las especies de las cosas que incitan al mal o excitando el apetito sensitivo para que tienda desordenadamente a esos bienes sensibles; jamás inmutando intrínsecamente la misma voluntad (cf. N.219).

4.ª   Los ángeles buenos y los demonios pueden inmutar intrínsecamente la imaginación y los demás sentidos internos y externos (66). La razón es porque esta inmutación puede producirse por el movimiento local de las cosas exteriores o de nuestros humores corporales, y la naturaleza corporal obedece al ángel en cuanto a su movimiento local, como explica Santo Tomás (67).5. ª    Los demonios no pueden hacer verdaderos milagros, como quiera que éstos excedan por definición las fuerzas de toda naturaleza creada o creable. Pero como la potencia de la naturaleza angélica —que conservan  íntegra después de su pecado— excede con mucho las fuerzas naturales humanas, pueden los demonios hacer cosas prodigiosas, que exciten la admiración del hombre en cuanto que sobrepasan sus fuerzas y conocimientos naturales (68).

El demonio, pues, tiene una potencia natural muy superior a la del hombre y puede obrar con ella cosas prodigiosas, que, sin ser verdaderos problemas para el discernimiento de esos fenómenos en su relación, con los naturales  y los sobrenaturales,  En su lugar señalaremos las principales reglas de discernimiento en cada caso; pero bueno será que ya desde ahora adelantemos, en sintética visión d conjunto, lo que el demonio no puede hacer de ninguna manera por exceder en absoluto sus fuerzas naturales y lo que de suyo no excede su capacidad y potencia natural, y podría por lo mismo realizar con la permisión divina (69).

A)          Lo que el Demonio no puede hacer—1.º Producir un fenómeno sobrenatural de cualquier índole que sea.  Es algo que rebasa y trasciende toda naturaleza creada o creable, siendo propio y exclusivo de Dios.
            2.º    Crear una sustancia. Supone un poder infinito el hacer pasar una cosa de la nada al ser. Por eso, las criaturas no pueden ser utilizadas por Dios ni siquiera como instrumentos de creación (70).
           3.º  Resucitar verdaderamente a un muerto. Únicamente podría simular una resurrección aletargando a un enfermo o produciendo en él un estado de muerte aparente para producir la ilusión de su maravillosa resurrección.       
          4.º  Curar instantáneamente heridas o llagas profundas. La naturaleza—incluso en manos de la potencia angélica—requiere siempre cierto tiempo para poder realizar esas cosas. Lo instantáneo está tan sólo en manos de Dios.
   5.º Las traslaciones verdaderamente instantáneas. Suponen una alteración de las leyes de la naturaleza, que únicamente puede realizarla su Autor. El demonio, como espíritu puro, puede trasladarse de un sitio a otros sin pasar por el medio (71). Pero no puede trasladar un cuerpo sin que éste tenga que recorrer todo el espacio que separa el punto de partida (término a quo) del punto de llegada (término ad quem); y esto no puede hacerse instantáneamente por muy rápido que supongamos ese movimiento.

(66) Cf. I,III,3 et- 4-
(67) Cf. I,II0,3; III,3.
(68) Cf. J,114,4.
(69) Cf. RIBET,o.c., t.3 c.6-7-
(70) Cf. I,45,5.
(71) Cf. I,53,2.

        6. º Las leyes actuales no permiten en modo alguno la compenetración de los cuerpos  sólidos. El demonio, espíritu puro, puede, sin duda, atravesar a su arbitrio las sustancias materiales; pero conferir a un cuerpo el privilegio de compenetrarse con otros—atravesando, v.gr., una pared—supone una virtud trascendente que Dios se reserva para sí.    
        7. º La profecía estrictamente dicha sobrepasa las fuerzas diabólicas, aunque puede el demonio simularla con ayuda de previsiones naturales, de fórmulas equívocas o de mentiras audaces.  Sin embargo, Dios puede valerse de falsos profetas para anunciar alguna cosa verdadera, como en el caso de Balaam o de Caifás; pero entonces aparece claro por el conjuro de circunstancias que el falso profeta es utilizado en aquel momento como instrumento de Dios.
        8. º El conocimiento de los pensamientos y de los futuros libres escapa igualmente al control de Satanás; sólo puede valerse de conjeturas.  Pero téngase presente que para la extraordinaria potencia intelectual de la  naturaleza angélica las conjeturas son mucho más fáciles que para el psicólogo más eminente; el temperamento, los  hábitos adquiridos, las experiencias pasadas, la actitud del cuerpo, la expresión de la fisonomía, el conjunto de circunstancias, etc., hacen adivinar fácilmente a los espíritus angélicos las meditaciones silenciosas de nuestro entendimiento y las determinaciones secretas de nuestra voluntad.
        9. º El demonio no puede producir en nosotros fenómenos de orden puramente  intelectual o volitivo (72). Ya hemos señalado más arriba la razón; en el santuario de nuestra alma, nadie, fuera de Dios, puede penetrar directamente.
        Estas son, brevemente expuestas, las principales cosas que el demonio no puede hacer, relacionadas todas con los fenómenos místicos. Omitimos muchas otras cosas que no interesan a nuestro propósito.
        Veamos ahora rápidamente —en espera de un examen más detenido en sus lugares correspondientes— los fenómenos místicos que el demonio podría falsificar.


B)         Lo que el Demonio puede hacer permitiéndolo Dios. —

1)  Producir visiones y locuciones corporales o imaginarias (no las intelectuales).

2)  Falsificar el éxtasis (produciendo un desmayo preternatural).

3) Producir resplandores en el cuerpo y ardores sensibles en el corazón. Hay más
de un ejemplo de  “incandescencia diabólica”.

4)  Producir ternuras y suavidades sensibles.

5) Curar, incluso instantáneamente, ciertas enfermedades extrañas producidas por su acción diabólica. Claro está que no se trata propiamente de curación, sino tan sólo de “dejar de dañar”, como dice Tertuliano: “Laedunt enim primo, dehinc remedia praecipiunt, ad miraculum, nova sive contraria; post quae desinunt laedere, et curasse creduntur” (73). Como la pretendida enfermedad era debida exclusivamente a la acción de Satanás, cesando la causa, desaparece instantáneamente el efecto.

6) Producir la estigmatización y los demás fenómenos corporales y sensibles de la mística, tales como los olores suaves, coronas, anillos, etc.  Nada de esto sobrepasa las fuerzas naturales de los demonios, como veremos en sus lugares correspondientes (74).

(72) Cf. I,I I I, 1-2
(73) TERTULIANO, Apolog. C.22: ML 2,468-69
(74) Cf. CARDENAL BONA, o.c., c.7 n.11.

7)  No puede el demonio derogar las leyes de la gravedad, pero puede simular milagros de este género por el concurso invisible de sus fuerzas naturales diabólicas, como en el caso de Simón Mago.
8)  Puede substraer los cuerpos a nuestra vista interponiendo entre ellos y nuestra retina un obstáculo que desvíe la refracción de la luz o produciendo en nuestro aparato visual una impresión subjetiva completamente diferente de la que vendría del objeto.
9)  Puede producir la incombustión de un cuerpo interponiendo un obstáculo invisible entre él y el fuego.
      
En resumen: todos los fenómenos que puedan resultar de un movimiento natural de fuerzas físicas, aunque el hombre no sea capaz de producirlas ni siquiera llevando hasta el límite máximo sus energías naturales, puede en absoluto producirlas el demonio—supuesta la permisión divina—en virtud de su propia potencia natural, extraordinariamente superior a la del hombre.  Pero, cualquiera que sea la naturaleza del fenómeno producido por las fuerzas diabólicas, no rebasará jamás la esfera y el orden puramente natural.  Lo sobrenatural no existe aquí más que por relación al hombre, esto es, en cuanto que los fenómenos producidos sobrepujan las fuerzas humanas; pero, considerados en sí mismos, se trata de realidades pura y simplemente naturales. Es un caso típico de sobrenatural relativo que debe llamarse, con mayor precisión y exactitud teológica, “preternatural”.
Y con esto vamos a pasar el examen directo de los principales fenómenos místicos.


LOS FENÓMENOS EN PARTICULAR

División  Fundamental


         Al proceder al examen y crítica de los fenómenos místicos extraordinarios, es preciso que establezcamos ante todo un criterio científico para su clasificación y división. No es empresa fácil, ciertamente, por las razones que vamos a indicar (1).

         Es evidente -en efecto- que la acción sobrenatural y mística de Dios sobre el hombre se dirige principal y finalmente a la voluntad, a fin de excitar en ella el movimiento inefable de la caridad hacia Dios, que constituye el blanco y fin de toda la vida cristiana, pero conforme al don normal que rige a la naturaleza racional, esta acción sobre la voluntad pasa de antemano por la inteligencia y a ella vuelve todavía por el reflejo luminoso del amor. Y  uno y otro -el movimiento intelectual y el afectivo- tienen que someterse a la ley inexorable que ata el alma al cuerpo en virtud de su mutua dependencia; y si es cierto que ellos pueden ejercer sobre los mismos órganos corporales una irradiación gloriosa, los sentidos, a su vez, envían al alma innumerables influencias del mundo exterior.

En virtud de estas mutuas relaciones y dependencias entre los tres aspectos fundamentales de la vida humana -el intelectual, el afectivo y el orgánico-, resulta muy difícil y arriesgado intentar establecer una clasificación verdaderamente científica de los fenómenos místicos, toda vez que la mayoría de ellos tiene una repercusión simultánea o sucesiva en los tres órdenes citados. Sin embargo, según que la acción divina tenga su foco y asiento principal en el entendimiento, en la voluntad o en el organismo del que la experimenta, podemos clasificar y caracterizar los fenómenos místicos por este aspecto predominante y fundamental.


(1) Cf. Ribet, o.c., t.2 preámbulo.

         Vamos, pues, a clasificar y dividir los grandes fenómenos de la mística a base de esos tres grandes aspectos de la vida humana: el intelectual, el afectivo y el orgánico. Tres serán, según esto, las series de fenómenos que vamos a examinar:

a)           Fenómenos de orden cognoscitivo
b)           Fenómenos de orden afectivo
c)           Fenómenos de orden corporal 

            Cada una de estas series tendrá sus correspondientes subdivisiones, como veremos.  Y al estudiar los fenómenos en particular, procuraremos tener el siguiente estilo: ante todo expondremos el hecho en sí mismo y en sus principales variedades -si las tiene-; a continuación señalaremos sus causas, y, finalmente, examinaremos sus falsificaciones en el orden natural y en el preternatural, dando -si el caso lo requiere- las principales normas para su discernimiento.


I.            FENÓMENOS DE ORDEN COGNOSCITIVO

                   Los principales son los siguientes:

                            1.º     Visiones.
                            2.º     Locuciones.
                            3.º     Revelaciones.
                            4.º     Discernimiento de espíritus.
                            5.º     Hierognosis.
                            6.º     Otros fenómenos cognoscitivos.

                   Vamos a estudiarlos uno por uno siguiendo el orden enunciado.
                                     
1)          Visiones

1.           Noción. —Propiamente hablando, la visión se refiere únicamente al sentido de la vista. Puede definirse diciendo que es “la percepción de un objeto por los ojos corporales”.  Pero por extensión y analogía se aplica la palabra ver a los demás sentidos y a la misma inteligencia(2)
            En un sentido amplio y refiriéndolas a la Mística, podemos, pues, definir las visiones diciendo que son “percepciones sobrenaturales de un objeto naturalmente invisible para el hombre”(3).
2.      División. —Fue San Agustín el primero en establecer la división que ha venido a ser clásica.  En el último libro de su comentario al Génesis dice el santo Doctor que las visiones pueden ser de tres clases: corporales, espirituales (imaginarias) e intelectuales.  Escuchemos su palabra.
“Estos son los tres géneros de visiones…  Al primero le llamamos corporal, porque por el cuerpo se percibe y a los sentidos corporales se muestra.
Al segundo, espiritual, porque todo lo que no es cuerpo, pero es algo, se llama rectamente espíritu; y ciertamente que no es cuerpo, aunque sea semejante al cuerpo por cuanto es la imagen del cuerpo ausente…  Al tercero, intelectual, en cuanto que es propio del entendimiento (4).

(2) Cf. I,67,I.
(3) TANQUEREY, Teología ascética n.1491.
(4) S: AUGUST., De Gen. Ad litt. I.12 c.7 n.16: ML 34,459


         Apenas hay nada que añadir aquí sino que la expresión espiritual—claramente explicada, por otra parte, por el mismo San Agustín—fue substituida posteriormente por la “imaginaria”, más precisa y exacta.

            Esta división de San Agustín ha sido aceptada con absoluta unanimidad por los Padres y los teólogos (5). Santo Tomás habla de ella en varios lugares de sus obras, sobre todo al explicar el rapto de San Pablo en la Suma Teológica (6).

            Estas tres clases de visiones—advierte Meynard(7)—pueden ser simultáneas o sucesivas. No hay entre ellas orden absoluto y riguroso—Dios puede comunicarlas en la forma que le plazca--, aunque sí orden de prelación y jerarquía. El primer lugar corresponde a las intelectuales, que son las más excelentes; luego vienen las imaginarias, y en último lugar las corporales, que son las que más se prestan a ilusiones y engaños.
         Digamos una palabra de cada una de ellas, empezando  por las  más imperfectas.

A)          Visiones Corporales. —Las visiones externas o corporales—que suelen llamarse también apariciones—son aquellas en las que el sentido de la vista percibe una realidad objetiva naturalmente invisible para el hombre. No es necesario que el objeto que se percibe sea, v.gr., un cuerpo humano de carne y hueso; basta con que sea una forma exterior sensible o luminosa.
         El fenómeno de la visión corporal puede producirse de dos maneras, como explica Vallgornera: o por la presencia verdadera de un cuerpo que impresiona la retina determina el fenómeno físico de la visión, o en virtud de una acción inmediata ejercida por un agente externo sobre el órgano de la vista para producir en él la misma especie que produciría la presencia verdadera del objeto (8).

B)              Visiones Imaginarias. —La visión imaginaria es una representación sensible enteramente circunscrita a la imaginación y que se presenta inesperadamente al espíritu con tanta o más vivacidad y claridad que las mismas realidades físicas exteriores.
Se puede producir de tres maneras:  a) por la representación o excitación de las especies o imágenes que tenemos ya recibidas por los sentidos; b) por combinación sobrenatural o preternatural de esas mismas especies adquiridas y conservadas en la imaginación, c) por nuevas imágenes infusas. El demonio puede producir la visión imaginaria de los dos primeros modos, pero no está en su poder imprimir en la imaginación especies nuevas infusas (9).

La visión imaginaria es de orden más elevado que la corporal. Se extiende a más, pudiendo representar no sólo cosas presentes, sino también cosas pasadas y futuras (10). Suele verificarse durante el sueño, pero también puede producirse durante el estado de vigilia, sin  que esto implique necesariamente la enajenación de los demás sentidos, aunque esto sea conveniente—es también lo más frecuente—para no confundir los objetos de la visión imaginaria con los que perciben los sentidos externos (11).

Sus formas más frecuentes son: la representativa (v.gr., la aparición de un santo) y la simbólica (v.gr., la del patriarca José viendo al sol, la luna y las estrellas venir a adorarle) (12)De ambas hay numerosísimos ejemplos en las Sagradas Escrituras.

(5) Cf. SCHRAM, Theol. Myst. T.2 p.197.
(6) Cf. II-II, 175,3 ad 4; I.93,6 ad 4; II-II,173,2.
(7) MEYNARD, La vida espiritual t.2 n.273.
(8) Cf. VALLGORNERA, Myst. Theol. D. Th. Q.3 d.5 a.1 n.691 (ed. Marietti, 1911).
(9)   Cf. I, I I I,3 ad 2; De malo q.16 a.9 c; De veritate q.11 a.3; De potentia q.6 a.3 ad 13
(10) VALLGORNERA, o.c., q.3 d.5ma.2 n.700.
(11)  Cf. II-II,173-3.
(12)  Cf. Gen 37,9

C)      Visiones Intelectuales.-I)  Características. —La visión intelectual es un conocimiento sobrenatural que se produce por una simple vista de la inteligencia sin impresión o imagen sensible. Se distinguen de las percepciones naturales de la inteligencia por las siguientes características:

a)           Por su objeto, que está ordinariamente por encima de las fuerzas naturales de nuestro entendimiento, aunque pueda absolutamente encontrarse dentro de su esfera. Pero en este último caso, lo sobrenatural aparece con toda claridad; la luz que no falta jamás, sobrepasa las claridades más evidentes de la razón; es súbita, inmediata y no tiene nada del trabajo y lentitud del razonamiento natural.

b)      Por su duración.—Mientras que las concepciones naturales, por profundas que sean, se desvanecen muy pronto, las visiones intelectuales místicas perseveran largo tiempo; a veces días enteros, semanas y aun años. Oigamos a Santa Teresa: “Sé que, estando temerosa de esta visión—habla de sí misma--, porque no es como las imaginarias, que pasan de presto, sino que dura muchos días, y aún más que un año alguna vez, se fue a su confesor harta fatigada (13)

c)      Por sus efectos.—Los efectos maravillosos que produce en el alma son el mejor distintivo para reconocer la intervención divina. La luz que llena las profundidades del alma, el amor que la hace estremecer, la paz inconfundible, su anhelo de las cosas celestiales, su disgusto de todo lo que no es Dios, etc., etc., son el mejor testimonio de que se ha verificado una iluminación extraña y muy superior a la naturaleza (14).

2) Elementos. —La visión intelectual puede producirse durante el estado de éxtasis, de vigilia o de sueño.  Y en cualquiera de ellos que se produzca, importa siempre dos elementos: el objeto manifestado y la luz que lo esclarece (15). Con frecuencia, el objeto de la visión intelectual es inefable; las almas no aciertan a explicarlo por no encontrar en el lenguaje humano fórmulas equivalentes: “… y oyó palabras inefables que el hombre no puede decir”, dice el apóstol San Pablo (2 Cor. 12,4).
3) Su plena certeza y origen divino.—La certeza absoluta es una de las señales más características de la visión intelectual. Se trata de “una noticia tan clara, que no parece se puede dudar…; queda gran certidumbre, que no tiene fuerza la duda, dice Santa Teresa de Jesús (16).
            En cuanto a su origen, todos los místicos están de acuerdo, con Santo Tomás, en que la visión intelectual sobrepasa toda otra potencia, fuera de la de Dios. “En la visión intelectual—dice Schram—sólo Dios es la causa principal; no los ángeles buenos ni malos, ni siquiera mediatamente(17)
            Estas son las tres clases o formas de visiones. Pero téngase en cuenta que hay visiones que reúnen dos o tres formas al mismo tiempo. Así, la visión de San Pablo en el camino de Damasco (Hch.9) fue a la vez corporal, cuando vio con sus ojos la luz resplandeciente; imaginaria, cuando se le manifestaron los rasgos de Ananías en la imaginación, e intelectiva, cuando entendió lo que Dios quería de él (18).

(13)  SANTA TERESA, Miradas sextas c.8 n.3
(14)  Cf. FELIPE DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD, Theol. Myst. P.2ª  tr.2 d.4 a.3
(15)  Cf. D. THOM., De verit. Q.12 a.12 c. Cf. II-II, 173,2 ad 2.
(16)  SANTA TERESA, Vida c.27 n,5
(17)  SCHRAM, § 505 sch.2 p.221
(18)  TANQUEREY, o.c., n.1493


2.           Objeto de las visiones. —Puede ser objeto de visión sobrenatural, en una forma o en otra, absolutamente todo cuanto existe: Dios, Jesucristo, la Santísima Virgen, los ángeles, los bienaventurados, las almas del purgatorio, los demonios, los seres vivientes e incluso las cosas inanimadas (la cruz, las imágenes, reliquias de los santos, etc.).

         Pero es preciso tener en cuenta que, según la doctrina de Santo Tomás, las apariciones de Jesucristo—y dígase lo mismo de las de María—no se verifican por su presencia corporal, sino que son puramente representativas y se hacen por el ministerio de los ángeles. La razón principal es porque es absolutamente imposible que un mismo cuerpo esté circunscriptive en dos lugares a la vez—como veremos ampliamente al hablar de la bilocación(19)-; y, por lo mismo, para aparecer corporalmente en la tierra tendrían que dejar el cielo en aquellos momentos, lo cual es inconveniente (20). Santo Tomás sólo admite una aparición corporal de Jesucristo para San Pablo camino de Damasco (21).  Y Santa Teresa dice hablando de Nuestro Señor en la Eucarística: “En algunas cosas que me dijo, entendí que, después que subió a los cielos, nunca bajó a la tierra, si no en es en el Santísimo Sacramento, a comunicarse con nadie (22).

            Las apariciones que tiene por objeto al mismo Dios hay que entenderlas generalmente “por cierta manera de representación de la verdad”, como dice Santa Teresa (23). No por visión intuitiva, que está reservada para la patria. Santo Tomás admite para Moisés y San Pablo la visión facial de la esencia divina en un éxtasis y por comunicación transitoria del lumen gloriae (24).
         En cuanto a las apariciones de los ángeles, no hay dificultad alguna. El ángel está donde obra. Y puede obrar incluso en un cuerpo formado por condensación del aire, que permita colorearlo y moldearlo, de manera semejante a las nubes, en forma de figura humana o de otra forma cualquiera.
Así lo explica Santo Tomás (25). Dígase lo mismo mutatis mutandis de las apariciones diabólicas, supuesta la permisión divina.
Los santos, los bienaventurados y las almas del purgatorio pueden aparecer también—permitiéndolo Dios--, y aparecen de hecho muchas veces. Pero no se presentan con sus propios y verdaderos cuerpos—que yacen en el sepulcro o se han convertido ya en polvo--, sino en forma parecida a la que hemos explicado para los ángeles: tomando un cuerpo aparente sin informarlo ni vivificarlo (26).
            Los condenados pueden también aparecerse-por especial permisión divina—en forma parecida a la que acabamos de explicar (27).
            Las apariciones de los seres que viven todavía sobre la tierra plantean un problema gravísimo, que examinaremos al hablar de la bilocación.
         En fin: son muy frecuentes en la Sagrada Escritura y en las vidas de los santos las visiones de cosas inanimadas; v.gr., los cuatro animales de Ezequiel, la de San Pedro a propósito de Cornelio y gran parte de las del Apocalipsis (28). No ofrece dificultad alguna su explicación. Son producidas por los ángeles o los demonios en la imaginación o sentidos corporales del paciente.        

(19)  GREDT, o.c., n.325-28 Cf. D. THOM., Qoudl 3.º a.2; IV Sent. D.44 q.2 sol.3 ad 4.
(20)  Cf. /FELIPE DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD, o.c., p.2ª  tr.3 d.4 a.1
(21)  Cf.  III,57,6  ad.3
(22)  Cf. SANTA TERESA, Relaciones (2. ª  n.4 ed. Pop. P. Silverio).
(23)  SANTA TERESA, Moradas séptimas c.1 n.6 
(24)  Cf. II-II, 175,3 c. et ad 1 et.2.
(25) Cf.I,51,2 ad.3
(26) Cf. I,51, 2 ad 2.
(27) Cf. Suppl. III,69,3.
(28) Ez 1,5; Act. 10,11; Apoc. Passim.

        

4.      Naturaleza teológica de las visiones. —Estudiado el fenómeno en sí mismo, señaladas sus clases y precisados sus objetos, es preciso investigar ahora la naturaleza teológica de las visiones sobrenaturales.
        
Evidentemente, las visiones pertenecen de suyo, (per se) al género de las gracias gratis dadas, reducibles en la clasificación de San Pablo a la profecía, aunque no coincidan exactamente con ella.
        
Decimos que pertenecen de suyo a las gracias gratis dadas porque es evidente que no entran como una exigencia en el desarrollo normal de la gracia, y santos hubo que jamás las tuvieron. Aunque no es menos indudable que muchísimas de esas visiones—y aun podríamos decir que casi todas ellas—causan un gran bien al alma que las recibe.  Sin embargo, todos los maestros de la vida espiritual están concordes en afirmar que no deben pedirse ni desearse esas gracias extraordinarias, ya por no ser absolutamente necesarias para la santificación, ya, sobre todo, por los grandes peligros de las verdaderas  de las falsas.  San Juan de la Cruz llega a decir que deben rechazarse todas sin más, aunque sean de Dios. Y en esto—dice—no hay irreverencia alguna, porque el fruto intentado por Dios lo producen en el alma instantáneamente antes de que ella pueda rechazarlas (29). Santa Teresa no va tan lejos, y da sabias reglas para distinguir las verdaderas de las falsas (30), aunque avisa a las almas que se guarden mucho de desear andar por este camino (31).

5.      Reglas de discernimiento. —En las visiones intelectuales no hay dificultad alguna a no ser la de averiguar si se trata o no de verdadera visión intelectual,  osa que tampoco es muy difícil dada la certeza firmísima que llevan consigo, como hemos explicado más arriba. Porque, como explica Santo Tomás,  sólo  Dios  puede  penetrar  en  el  santuario  de  nuestra  alma, ya que, habiendo establecido Dios el estado actual de la naturaleza humana, en el que el alma no puede obrar independientemente  del  cuerpo  solamente. El puede cambiar este estado, aunque sea momentáneamente, y elevar el alma humana al rango de los espíritus puros. El entendimiento y la voluntad escapan, pues, a la acción directa de los ángeles y demonios (32).

            La dificultad gravísima está en el discernimiento de las imaginarias y corporales, toda vez que son campo abierto y abonado para toda clase de injerencias diabólicas o de la propia imaginación.

En la práctica no hay más que una norma de discernimiento verdaderamente cierta y eficaz: Es la señalada por Cristo en el Evangelio: “Por sus frutos los conoceréis” (Mt, 7,16).  Las visiones de Dios suelen producir al principio gran temor, pero luego dejan al alma llena de amor, de humildad, de suavidad y de paz. Siente que se le reaniman las fuerzas espirituales, y se entrega con redoblada energía a la práctica de las virtudes heroicas. Las del demonio, en cambio, suelen empezar con suavidad y gusto, pero no tardan en mostrar su fruto emponzoñado; el alma se llena de inquietud y turbación, cuando no de presunción y de soberbia. Los engendros de la imaginación habrá que discernirlos por la vanidad, curiosidad, virtud superficial e inconstancia y contradicción en el relato (33).



(29) Cf.  Subida del Monte Carrnelo II,11.
(30) Cf. Vida c.28; Moradas sextas c.8
(31) Moradas sextas c.9
(32) Cf. I,I I I, I y 2; SAUDREAU, L’état mystique c.18 n.221 (ed. 1921)
(33) Cf. VALLGORNERA, o.c., q.3 d.5 a.5-7

(Continuará em: 2 Locuciones, 1. Noción)