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miércoles, 8 de junio de 2011

LEVITACIÓN; SUTILEZA Y LUCES O RESPLANDORES

LEVITACIÓN; SUTILEZA Y LUCES O RESPLANDORES

8)      L e v i t a c i ó n

         He aquí otro fenómeno maravilloso que no presenta, sin embargo, las dificultades del anterior para su explicación satisfactoria.

         1.      El hecho.—Como su nombre lo indica, consiste este fenómeno en la elevación sin apoyo alguno y sin causa natural visible.
            Por lo regular, la levitación mística se verifica siempre estando el paciente en éxtasis.  Si la elevación es poca, se la suele llamar éxtasis ascensional.  Si el cuerpo se eleva a grandes alturas, recibe el nombre de vuelo extático.  Y si empieza a correr velozmente a ras del suelo, pero sin tocar en él, constituye la llamada marcha extática.

            2.      Casos  históricos.—Se han dado multitud de casos en las vidas de los santos.  Los principales son los de San Francisco de Asís, Santa Catalina de Siena, San Felipe Neri, San Pedro de Alcántara, Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz, San Francisco Javier, Santo Tomás de Villanueva, San Pablo de la Cruz y, sobre todo, San José de Cupertino, que es, sin disputa, el primero de todos en esta manifestación extraordinaria de lo sobrenatural. En su proceso de canonización se registran más de setenta casos de levitación ocurridos sólo en la villa de Cupertino o sus alrededores; el número total fue muchísimo mayor.  Se le vio volar bajo las bóvedas de la iglesia, sobre el púlpito, a lo largo de las murallas o delante  de un crucifijo o imagen piadosa; planear sobre el altar o en torno del tabernáculo, sobre las copas de los árboles, sostenerse y balancearse como un pájaro ligero sobre  las ramas debilísimas, franquear de un salto largas distancias. Una palabra, una mirada, el menor incidente relacionado con la piedad, le producían estos transportes. En una época de su vida llegaron a ser tan frecuentes que sus superiores hubieron de excluirle del cargo de hebdomadario en el coro, pues, en contra de su voluntad, interrumpía y perturbaba las ceremonias de la comunidad con sus vuelos extáticos.  Dichos vuelos fueron  perfectamente vistos y comprobados por multitud de personas, entre ellas por el papa Urbano VIII y el príncipe protestante Juan Federico de Brunswick, quien quedó tan impresionado por el fenómeno, que no solamente se convirtió al catolicismo, sino que tomó el hábito de la Orden franciscana, a la que pertenecía el Santo.
         También es notabilísimo el caso de la Venerable sor María de Jesús de Agreda. En sus éxtasis, su cuerpo se hacía inmóvil, insensible y se mantenía un poco elevado sobre la tierra, ligero como si hubiere perdido su peso material. Bastaba con soplarle ligerísimamente, aun desde lejos, para  verle agitarse y balancearse como una ligera pluma (46).

3.      Explicación del fenómeno.—Cuando el fenómeno se realiza en los santos, tiene un origen evidentemente sobrenatural, aunque podría también verificarse por intervención diabólica, como veremos. La simple naturaleza no puede alterar las leyes de la gravedad, siempre fijas y constantes. <<Los racionalistas—advierte Tanquerey (47)han intentado explicar este fenómeno de un modo natural, ya por la aspiración profunda de aire en los pulmones, ya por una fuerza física desconocida, ya por la intervención de espíritus o de almas separadas; quiere esto decir que no han hallado explicación seria de ellos>>.
         La explicación clásica de los autores católicos (López Ezquerra, Scaramelli, Ribet, etc.) es la de Benedicto  XIV, recogida en estas tres conclusiones (48).

(46)  Cf. Dr. SURBLED, o.c., p. 609
(47)  Cf. Teología ascética n.1518.
(48)  Cf. De beatific. 1.3 c.49.


1.ª    La elevación en el aire bien comprobada no se puede explicar naturalmente.
2.ª    No supera, sin embargo, las fuerzas del ángel ni del demonio, los cuales pueden levantar en vilo los cuerpos.
3.ª    En los santos, ese fenómeno es una participación anticipada del don de agilidad, propio de los cuerpos gloriosos.

4.      Sus falsificaciones.—Sin embargo, aunque esta explicación sea plenamente satisfactoria y nada deje de desear, hay que tener en cuenta que es éste uno de los fenómenos sobrenaturales que más fácilmente se pueden falsificar, no sólo por la acción preternatural diabólica, sino incluso por los mismos extravíos de la patología humana. Vamos, pues, a dividir estas falsificaciones en dos grupos: naturales o preternaturales.   
            a)      Falsificaciones naturales.—Los casos más interesantes hay que buscarlos en la patología. En las crisis del tétanos, las fuerzas de los enfermos se centuplican, y a veces se les ve elevarse en el aire, por encima de las camas y de las mesas <<Nosotros mismos—escribe el Dr. Surbled, de quien tomamos los datos que citamos (49) —hemos visto a uno dar un brinco en su cuarto y trepar por una lámpara con apariencia de verdadero volador. En las fiebres graves con delirio, especialmente en la fiebre tifoidea, puede observarse el mismo fenómeno. Una de nuestras enfermas en los accesos  frenéticos, se elevaba a alturas increíbles, hasta el techo, con ligereza desconcertante>>.
         El histerismo ofrece casos verdaderamente sorprendentes. <<El período de contracciones clónicas de las crisis histéricas—añade el Dr. Surbled—se caracteriza por sus movimientos, tan bruscos como poderosos. La enferma se eleva súbitamente, como empujada por un resorte, y su cuerpo rígido y como de una pieza salta de la tierra y se lanza al aire, volviendo a caer y rebotando  de  nuevo  sin  parar  hasta quince o veinte veces. Hay lanzamientos de una rapidez sorprendente; saltos verdaderamente prodigiosos>>.
            Explicación de los hechos.—Se trata de simples actos de agilidad o de acrobacia, determinados por la violencia de las crisis nerviosas, sin relación alguna con la levitación sobrenatural o preternatural. Es muy fácil distinguir estos casos patológicos de los sobrenaturales. En sus crisis más violentas, ningún enfermo, ninguna histérica, llega ascender lenta y gradualmente por el aire fuera de todo apoyo, a mantenerse inmóvil, a permanecer suspendido entre el cielo y tierra y a guardar por largo tiempo, lejos del suelo, una posición totalmente contraria a las leyes del equilibrio y de la gravedad. Todas estas son condiciones necesarias para constituir una verdadera levitación, y todas ellas—o al menos en su conjunto—escapan manifiestamente a las simples fuerzas de la naturaleza aun exarcerbada por lo morboso y patológico.
            b)      FALSIFICACIONES PRETERNATURALES.—Más difíciles de distinguir son las falsificaciones preternaturales.  No solamente porque el demonio puede reproducir el fenómeno con todas las apariencias externas exigidas para la levitación sobrenatural, sino porque su acción cabe—permitiéndolo Dios—hasta en los mismos santos y personas de comprobada y sólida piedad.  Como norma de discernimiento habrá que recurrir a la de los efectos que produce en el alma el fenómeno.
         Es evidente que el demonio no puede alterar las leyes de la naturaleza, toda vez que ni los ángeles buenos pueden hacerlo. Sólo Dios, autor de esas leyes, puede suspenderlas o derogarlas en algún caso particular.  El demonio no puede suspender la ley de la gravedad, pero puede simular los milagros de éste género por el concurso invisible de sus fuerzas naturales. Así se explican—cuando son diabólicos—los desplazamientos y elevación de objetos inanimados, la marcha y la suspensión sobre las aguas, los vuelos y las traslaciones rápidas, etc. La mayoría de los fenómenos espiritistas—cuando no se deben al fraude y al engaño de los mediums, frecuentísimamente comprobados—hay que atribuirlos a esta acción preternatural (50).

(49)  Cf. Dr. SURBLED, o.c., p.607s.
(50)  Cf. FARGES, Les phénoménes mystiques t.2 c.3 a.2; HEREDIA, Los fraudes espiritistas y los fenómenos metapsíquicos (Buenos Aires 1946)

9)      S u t i l e z a


1.      El hecho.—Consiste este fenómeno en el paso de un cuerpo a través de otro.  Supone, en el momento del tránsito, la compenetración coexistencia de los dos cuerpos en un mismo lugar.

2.      Casos históricos.—Este prodigio tiene su prototipo en la persona divina de Nuestro Señor Jesucristo cuando en la tarde del mismo día de su gloriosa resurrección y ocho días después se presentó ante sus discípulos estando las puertas cerradas: <<ianuis clausis>> (lo 20,19-26).  Se citan también varios casos en las vidas de los santos.  Es célebre el de San Raimundo de Peñafort entrando en su convento de Barcelona estando las puertas cerradas(51). De otros santos se citan hechos similares.

3.      Explicación del fenómeno.—Todos los autores están conformes en que este fenómeno, cuando se da,  tiene  que  ser  necesariamente  sobrenatural.  No  puede  ser natural  ni siquiera
preternatural, ya que la compenetración de los cuerpos supone un milagro tan grande, que sólo puede explicarse haciendo entrar en juego la omnipotencia misma de Dios
         En efecto: sabido es que el efecto normal primario de una cosa no puede suprimirse sin que quede suprimida la cosa misma. Es evidente con sólo tener en cuenta la índole o naturaleza del efecto formal primario o constitutivo esencial, que se define por los filósofos aquello sin lo cual no puede concebirse una cosa, y cuya supresión suprime la cosa misma: <<id sine quo omnino res concipi non potest, et quo sublato tollitur ipsa res>> (52).
            Ahora bien: el efecto formal primario o razón formal de la cantidad es el orden de las partes en el todo: <<ordo partium in toto>>, dicen los filósofos. Este efecto formal no puede ser suprimido—ni siquiera de potencia absoluta de Dios—sin que se suprima la cantidad misma.
            Pero, además de este efecto primario o esencial, tiene la cantidad otro efecto normal secundario, que es el ubi y el situs, o sea el orden de las partes en el lugar: <<ordo partium in loco>>. Este efecto secundario es realmente distinto y separable del primario al menor de potencia absoluta de Dios.
         A base de estos principios, fundamentales en la filosofía aristotélicotomista, ya tenemos la clave de la solución. Vamos a exponerla en tres  conclusiones.

Conclusión 1.ª    Los cuerpos  son  naturalmente  impenetrables,  de  donde se deduce      que el fenómeno de la <<sutileza>> es naturalmente imposible.

         La razón es clarísima.  El efecto secundario de la cantidad es el orden de las partes en el lugar, que lleva consigo la impenetrabilidad natural.
            Pero téngase presente que pueden distinguirse dos clases de impenetrabilidad: interna y externa o local. La impenetrabilidad interna sigue al efecto primario de la cantidad, y suprimirla equivaldría a suprimir la cantidad misma. La externa, en cambio, sigue al efecto secundario de la cantidad (que es la distribución de las partes en el lugar), que puede ser suspendido por la omnipotencia divina sin que desaparezca la cantidad. Tal es el caso de la Eucaristía; según enseña la fe, está en ella el cuerpo adorable de Jesucristo con toda su cantidad dimensiva; sin embargo no ocupa lugar, por haberse suspendido, en virtud de un milagro estupendo, el efecto formal secundario de la cantidad.  De donde:


(51)    Cf. Brev. Rom., 23 ianuari, Lect. 6: <<…suum coenobium, ianuis clausis, fuerat ingressus>>. 
(52)  Cf. GREDT, o.c., t.1 n.316.




Conclusión 2.ª:   No repugna que los cuerpos puedan compenetrarse sobrenaturalmente.

         Lo acabamos de probar. De donde hay que concluir que la no repugnancia del fenómeno de la sutileza puede demostrarse por la filosofía a la luz de la simple razón natural (53).


Conclusión 3.ª:   Esta compenetración sobrenatural se verifica por un verdadero mila
            gro realizado por Dios, no por una simple participación anticipada y          transitoria           de la sutileza del cuerpo glorioso.

         Esta es la explicación que da Santo Tomás incluso para el caso de nuestro Señor Jesucristo resucitado.  Según el Doctor Angélico, la sutileza del cuerpo glorioso no le confiere el poder de penetrar los cuerpos, sino que se requiere para ello un milagro de la omnipotencia divina (54).     
N.B.-- No es preciso señalar normas de discernimiento para este fenómeno.  No pudiendo verificarse natural ni preternaturalmente, basta comprobarlo con certeza para poder fallar sin más averiguaciones, sobre su sobrenaturalidad manifiesta.

10)   Luces o resplandores

1.      El hecho.-Consiste este fenómeno en cierta claridad resplandeciente que irradian a veces los cuerpos de los santos, sobre todo durante las horas de la contemplación y éxtasis.

2.      Casos históricos.—Se han dado multitud de casos.  Ya en la Sagrada Escritura constan los de Moisés al descender del Sinaí y el de Nuestro Señor Jesucristo en la cumbre del Tabor (55). 
            Entre los santos se produjo el fenómeno—entre otros muchos—en San Luis Beltrán, San Ignacio de Loyola, San Francisco de Paula, San Felipe Neri, San Francisco de Sales, San Carlos Borromeo, el santo Cura de Ars, etcétera, etc., Es uno de los fenómenos más frecuentes entre los grandes místicos.

3.      Explicación del fenómeno.—Vamos a darla en forma de conclusiones.

Conclusión 1.ª:   Se dan casos de fosforescencia animal.

         Tales son, v.gr., los de ciertos insectos—luciérnagas o gusanos de luz--, ciertas bacterias, como las que contaminan las carnes o el pescado y los hacen luminosos en la oscuridad; protozarios (fosforescencia del mar); vegetales (champiñones y algas); los pólipos; ciertos pescados, provistos de órganos luminosos y hasta de verdaderos fanales de luz sobre la cabeza, etc.
         Es evidente ver con los fenómenos de luminosidad observados en la persona de los santos. La fotogenesia animal requiere humedad, una temperatura favorable y oxígeno para la vida celular (aunque acaso no para la luminosidad misma). Está bajo la dependencia del sistema nervioso; la excitación a distancia la aumenta; los anestésicos (eter, cloroformo, etc.) la disminuyen; la estricnina la estimula, etc. Nada de esto aparece en los fenómenos de luminosidad mística. No es posible confundir unos con otros (56).


(53)  Cf. GREDT, o.c. t.1 n. 415-24.
(54)  Suppl. 83,2; cf, III,54,I ad I; 57,4 ad 2; 1,67,2 c.—Gent. III,101-102; Qoudl. I,10,1.
(55)  Cf. Exod 34,29-35; Mt 17,2.
(56)  Cf. Dr. HENRI BON, o.c., p.268-9.



Conclusión 2.ª:   Se han comprobado fenómenos luminosos en las sesiones espiritistas.       
Consisten generalmente en una especie de fuegos fatuos flotantes en el aire a poca distancia del médium. Tan pronto parecen verse claramente delante, como velados a través de una cortina.  Suben, bajan, van a derecha e izquierda, etc.
            No es posible confundir estos hechos con los fenómenos sobrenaturales.  Por de pronto se verifican siempre en el aire, jamás en el rostro o en el cuerpo de los mediums.  Tan sólo una de ellas—miss Burton—presentó en cierta ocasión una saliva fosforescente, que podría relacionarse con el mucus luminoso de los moluscos.
         La explicación de estos hechos habrá que buscarla la mayoría de las veces en el fraude y el engaño. Es facilísimo provocar en el aire ciertos fenómenos pirotécnicos, teniendo en cuenta, sobre todo, el ambiente de semioscuridad y de misterio en que suelen desarrollarse las sesiones espiritistas. El famoso grito <<Meno luce, meno luce!>>, de Eusapia Paladino, es todo un poema para explicar la naturaleza de estos pretendidos <<prodigios>> espiritistas.

Conclusión 3.ª:     Estos  fenómenos  luminosos  pueden ser producidos  por  influencia
                              diabólica.

         Es evidente. Se trata de algo entitativamente natural—la luz--,cuya producción no trasciende las fuerzas de la naturaleza angélica. El demonio tiene, sin duda, infinidad de recursos naturales para proyectar en el rostro o cuerpo de la persona escogida un foco de luz que dé la sensación aparente del fenómeno que venimos estudiando, ya sea produciendo efectivamente esa luz mediante una acción invisible, que, por lo mismo, pasaría inadvertida por los circunstantes, ya produciendo en la retina de éstos la ilusión óptica del fenómeno.
         En todo caso, las reglas de discernimiento serán las mismas de siempre. Habrá que examinar en cada caso si la persona de la que salen esos rayos es virtuosa y santa; si se produce durante un acto religioso, un éxtasis, un sermón, una oración o después de comulgar; si es resultado de los efectos de la gracia, de conversiones duraderas, etc. etc.; si es sólo una centella brevísima, a la manera de chispa eléctrica, o si se prolonga el fenómeno por tiempo notable o se repite muchas veces; si en todo el conjunto de circunstancias que rodean al fenómeno y a la persona que lo experimentan nada hay desedificante, nada que trascienda a vanidad, orgullo, superchería, etc., sino que, por el contrario, todo es serio, religioso, edificante, santo, sobrenatural.

Conclusión 4.ª:   Los fenómenos de luminosidad comprobados en la persona de los 
            Santos no pueden explicarse naturalmente.  Son una especie de irradiación ex
         terior de la intensa sobrenaturalización alcanzada por el alma o una comuni-
         cación anticipada de la claridad del cuerpo glorioso.

         Esta conclusión tiene dos partes y hay que probarlas por separado.

         PRIMERA PARTE.—Que el fenómeno no puede explicarse naturalmente, es cosa clara.  Ya hemos visto las características de la fosforescencia animal y los <<resultados>> obtenidos en las sesiones espiritistas.  Unas  y otros distan infinitamente de los fenómenos observados en los místicos.  Luego, suponiendo que no se trata de fenómenos diabólicos su origen tiene que ser sobrenatural.

         SEGUNDA PARTE.—Se les puede considerar como un efecto de la divinización del alma y de su predominio sobre el cuerpo. Es una ley del compuesto humano que el alma proyecta sobre la carne sus propios reflejos. Cuando el alma está sometida al imperio de los sentidos, el exterior del hombre refleja claramente esta vergonzosa esclavitud. Si la vida sobrenatural reina esplendorosa en el interior, la expresión externa se vuelve pura, luminosa, resplandeciente, como la hoguera divina de donde dimana.
         Sin embargo, hemos de confesarlos: si se trata de verdadera luz material no basta esta influencia del  alma  sobre  el  cuerpo  para explicar el fenómeno. En las condiciones actuales, el
alma puede por su propia virtud hacer resplandecer sobre sus órganos algo de su pureza, de su serenidad, de sus iluminaciones íntimas; pero no podrá—sin salir del orden actual de la naturaleza humana—derramar sobre ellos verdaderos rayos de luz material visible a los ojos de todos. Es preciso para explicar el fenómeno en toda su amplitud  levantar la mirada más arriba y ver en él, anticipadamente, una irradiación gloriosa de la claridad de los bienaventurados (57).

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