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miércoles, 8 de junio de 2011

OTROS FENÓMENOS COGNOSCITIVOS Y DE ORDEN AFECTIVO. ÉXTASIS E INCENDIOS DE AMOR

Otros fenómenos cognoscitivos; y Fenómenos de Orden Afectivo

6)     Otros fenómenos cognoscitivos 

Bajo este título genérico e inconcreto vamos a agrupar una serie de fenómenos místicos que, sin ser propiamente visiones, locuciones ni revelaciones, se refieren también, de alguna manera, al conocimiento. Son ciertas aptitudes especiales que reciben las almas, de una manera sobrenatural o infusa, en orden al ejercicio de las ciencias o de las artes.  Vamos a enumerar las principales, indicando brevemente sus características fundamentales. Al final daremos el juicio teológico que deben merecernos todos estos fenómenos en conjunto (73).

1.        Iniciación  milagrosa en los primeros elementos de la enseñanza primaria. —En virtud de esta gracia, Santa Catalina de Siena aprendió a leer y a escribir instantáneamente con el fin de poder rezar el breviario y de explayar su corazón por escrito al salir de sus éxtasis.  Santa Rosa de Lima, niña aún, aprendió de la misma manera a escribir con excelente caligrafía.  Todavía se citan otras tres dominicas favorecidas del mismo modo: la Beata Osana de Mantua y las Bienaventuradas Agueda de la Cruz y Esperanza López.  El caso de esta última lo testifica el capítulo general celebrado en Roma en 1629 (74)

(73)    Cf. RIBET, La mystique divine t.4 c.17 y 18, de donde tomarnos estos datos.
(74)  Cf. RIBET, o.c., t.4 c.17 n. 2.

2.        Conocimientos sobrenaturales de Teología mística.—Sabido es que Santa Gertrudis, Santa Catalina de Siena y Santa Teresa de Jesús—grandes lumbreras de la Mística---debieron a la infusión divina, muchísimo más que a su esfuerzo personal, las grandes luces que han dejado a la posteridad en sus obras inmortales.

3.      Profundos conocimientos de toda la Teología.—La figura más representativa en este sentido es, sin duda, alguna, Santo Tomás de Aquino.  Esta figura colosal, en la que parece haberse personificado la Teología cristiana, recibió de Dios una inteligencia portentosa capaz de penetrar en lo más hondo de la naturaleza íntima de las cosas.  Sin embargo, cuando se considera la brevedad de su vida, el número prodigioso de sus obras escritas en poco más de veinte años, su perfección y profundidad admirables, la manera con que las compuso: orando, llorando, ayunando para encontrar la solución de las dificultades, dictando a veces a tres o cuatro amanuenses sobre materias diferentes sin ninguna vacilación ni equivocación, continuando su dictado sobre el mismo asunto al despertar después de haberse dormido rendido por la fatiga, etc., etc., es imposible  no ver en la ciencia del Doctor Angélico, al lado de su talento genial y sin perjuicio de él, un verdadero milagro de infusión divina.  Fray Reginaldo, su secretario  y compañero íntimo, estaba plenamente convencido de ello (75).

4.        Habilidad infusa para el ejercicio de las artes. —Se citan multitud de ejemplos. Así, v.gr., para la poesía, San Francisco de Asis, Tomás de Celano y Jacobo de Todi, autores, respectivamente, de los maravillosos Himno al Sol, Dies irae y Stabat Mater (76);  para la música, Santa Cecilia y Santa Catalina de Bolonia; para la pintura, el dulcísimo Fray Angélico de Fiésole, a quien se le escapaban por los pinceles los ardores místicos de su alma, encendida en el amor divino; para la escultura y arquitectura tenemos en la Sagrada Escritura el ejemplo de Beseleel, de quien dice expresamente que fue lleno del espíritu de Dios y de ciencia en toda suerte de labores para construir el maravilloso tabernáculo y el arca de la alianza en compañía de Oliva y sus demás socios (77); y , en fin, para la elocuencia valgan por todos los ejemplos maravillosos de San Vicente  Ferrer y San Francisco Javier.

         Naturaleza de estos fenómenos. —Todos estos fenómenos—si exceptuamos, acaso, los relativos a la Teología mística y dogmática—podrían ser preternaturales, ya que no trascienden ni rebasan las fuerzas del demonio. Pero cuando son sobrenaturales pertenecen en su casi totalidad a las gracias gratis dadas. Realizan plenamente la definición misma de gracias gratis dadas: no santifican de suyo al que las recibe y se ordenan per se a la utilidad de los demás.
           
No obstante, algunos de ellos podrían explicarse por una irradiación de los dones del Espíritu Santo; y ésta es, nos parece, la verdadera explicación de los relativos a la Teología mística y a la dogmática.  Sabido es—ya lo vimos en su lugar correspondiente—que los dones de Sabiduría, entendimiento y ciencia iluminan el entendimiento del místico con claridades resplandecientes  y  le  da  una  penetración portentosa  en  las  verdades de la fe y en las cosas Divinas y aun humanas en orden a Dios, claro que, para algunos de los casos verdaderamente excepcionales que hemos citado, acaso habría que añadir también cierta influencia de las tres principales gracias gratis dadas correspondientes a esos dones; a saber: la fe, la palabra de sabiduría y la palabra de ciencia. Con esto quedarían suficientemente explicados esos hechos sin recurrir al milagro. 

(75)  Cf. Process de vita S. Thom. Aquin.: BB 7 mart t.7 p.704 n.58: “Item dixit se audivise a Fr. Raynaldo de Priverno socio dicti Fr. Thomae, de scientia ipsius, quod eius scientia non fuerat a naturali ingenio adquisita, sed per revelationem et infusiones, Spiritus Sancti; quia nunquam ponebat se ad scribendum aliquod opus, nisi praemissa oratione et effusione lacrymarum; et quando in aliquo dubitabat, recurrebat ad orationem et perfusus lacrymis de ipso dubio revertebatur clarificatus et ductus”.
(76)  Cf.FEDERICO OZANAM, Les poétes franciscains 3.ª ed.). 
(77)  Cf. Ex. 31,1s.


FENÓMENOS DE ORDEN AFECTIVO 
        
D i v i s i ó n

         Al empezar el estudio de los fenómenos de orden afectivo, hemos de recordar lo que ya dijimos en la introducción general a todos ellos. No es posible establecer una división perfecta y adecuada de esta clase de fenómenos, ya que por maravilla podrá encontrarse alguno que este circunscrito exclusivamente al entendimiento, a la voluntad o al organismo corporal. Es preciso, pues, como criterio y norma de división, fijarse en el aspecto que parezca fundamental y predominante para encontrar en él el principio clasificación. En este sentido, nos parece que deben considerarse como de orden predominantemente afectivo dos grandes fenómenos místicos; el éxtasis y los incendios de amor. Acaso podrían denominarse, con más propiedad, fenómenos psico-fisiológicos, puesto que, aunque tengan su raíz y foco principal en la voluntad, repercuten en el organismo de una manera tan extraordinaria, que muchos autores—a nuestro juicio con menos acierto—los clasifican entre los corporales. Pero, sea de ello lo que fuere, nosotros vamos a estudiarlos en esta sección, aún reconociendo que no encajan ni pueden encajar exclusivamente en ella ni en ninguna otra.


1º   El éxtasis místico no es gracia<<gratis dada>>


            Como vimos en su lugar correspondiente, el éxtasis místico, en lo que tiene de fenómeno interior o de oración, está muy lejos de ser una gracia gratis dada.  Entra, por el contrario, en el desarrollo normal de los grados de oración mística, y constituye, por lo mismo, un epifenómeno normal en el desarrollo de la vida cristiana. Pero en lo que tiene de exterior y espectacular presenta ciertas semejanzas con los fenómenos sorprendentes de tipo extraordinario que venimos examinando. Ello ha determinado quizá el que muchos autores clarifiquen el éxtasis entre las gracias gratis dadas, cuando en realidad no pertenece a ellas, sino a los epifenómenos normales del desarrollo de la gracia. Es un fenómeno contemplativo altamente santificador para el alma que lo experimenta, como lo explica admirablemente Santa Teresa (1).   

            Hemos estudiado largamente el éxtasis en el lugar que le corresponde jurídicamente, y a aquellas páginas remitimos al lector (n.573ss).

2º     Los incendios de amor


1.        El hecho.—Es un hecho plenamente comprobado en la vida de algunos santos que las violencias de su amor a Dios se manifiesta a veces al exterior en forma de un fuego abrasador que caldea y hasta quema materialmente la carne y la ropa cercana a la zona del corazón (2).

2.      Sus grados.—Estas manifestaciones tan sorprendentes del amor se producen en grados muy diversos. Los principales son tres (3);


(1)  Cf., entre otros lugares, Moradas sextas c.4-6.
(2)  Cf. RIBET, o.c.,t.2 c.22.
(3)  Cf. RIBET, ibid., n.4-7.
            a)      SIMPLE CALOR INTERIOR.El primer grado consiste en un calor extraordinario en el corazón  que se expansiona y repercute después en todo el organismo.  Un caso notable de este fuego consumidor es el de la Beata  Juliana de Cornillón, a la que se debe el primer impulso para que la santa Iglesia instituyera la fiesta solemnísima del Corpus. Santa Brígida sentía ardores tan vivos en su corazón, que no percibía el frío intensísimo de Suecia. Es clásico, en fin, el episodio de la vida de San Wenceslao, duque de Bohemia; visitando de noche las Iglesias con los pies descalzos a través del hielo y de la nieve, dejaba  en pos de sí la impronta ensangrentada de sus pasos; y como su criado que le acompañaba se quejase del frío intensísimo que sentía en los pies, le recomendó el Santo que procurase pisar siempre la huella que él iba dejando; con lo cual dejó inmediatamente de sentir el frío.

            b)       ARDORES INTENSÍSIMOS.—El fuego del amor divino puede llegar a ser tan intenso, que sea preciso recurrir a los refrigerantes para poderlo soportar. Se cuenta de San Estanislao de Kostka que era tan intenso el fuego que consumía su corazón, que en el rigor del invierno era preciso aplicarle paños empapados en agua helada. San Francisco Javier, no pudiendo resistir a veces en sus correrías apostólicas el ardor que le devoraba, se veía obligado a descubrirse el pecho a la altura del corazón, como se le vio hacerlo aun en las plazas de Goa, de Malaca y a la orilla del mar. San Pedro de Alcántara, consumido por este ardor de la caridad, no podía permanecer en su celda; tenía que echar a correr por la campiña a fin de amortiguar un poco, con el aire fresco, el fuego de su corazón. La caridad que inflamaba a Santa Catalina de Génova era tan ardiente, que no se le podía acercar la mano al corazón sin experimentar un calor intolerable.
            c)      LA QUEMADURA MATERIAL. —Cuando el fuego del amor llega al extremo de producir la incandescencia y la quemadura material, se realiza en toda su plenitud el fenómeno que los autores místicos denominan <<incendio de amor>>.
Por más que asombre y maraville, este fenómeno se ha comprobado varias veces en la vida de los santos. El corazón de San Pablo de la Cruz, fundador de los Pasionistas, ardía de tal modo en el fuego del divino amor, que más de una vez la parte correspondiente de su túnica de lana apareció completamente quemada y dos de sus costillas presentaban una curvatura notable al lado izquierdo. El mismo fenómeno en sus dos aspectos—quemadura y curvatura—se comprobó también en Santa Gema Galgani.
            Uno de los casos más sorprendentes es el de San Felipe Neri. Las palpitaciones de su  corazón eran tan fuertes cuando realizaba alguna función sagrada o hablaba de las cosas de Dios, que parecía que su pecho iba a estallar. Su cuerpo temblaba de tal modo, que repercutía en los objetos que se encontraban a su alrededor; su cama, su misma habitación, etc., como si se hubiera  producido un  pequeño temblor de tierra. A pesar de  su gran mortificación, se veía obligado a beber de cuando en cuando un vaso de agua helada para aliviar un poco su garganta, reseca por la respiración ardiente que se escapaba de su pecho. A veces tenía que arrojarse al suelo y descubrirse totalmente al pecho para desahogar un poco el fuego interior que le consumía. Al practicarle la autopsia después de su muerte, los médicos le encontraron la cuarta y quinta costillas  izquierdas rotas y perfectamente separadas; en este espacio agrandado, su corazón—que era de un tamaño y fuerza muscular extraordinarios—podía dilatarse con más amplitud. Estos fenómenos se habían verificado en él a los veintiún años de edad, y vivió cerca de sesenta años más, muriendo a los ochenta.
3.        Explicación de estos fenómenos (4).—La explicación de estos hechos no deja de ofrecer sus dificultades, aun cuando no sea en ellos todo misterioso.
         Aunque el corazón no sea el órgano del amor, es indudable que en él repercute la vida afectiva del alma. Cuando más avive y excite el hombre su vida de amor, tanto más profundo es el contragolpe de esta actitud interior en su corazón. Este contragolpe se acusa por una aceleración creciente de la sangre en este órgano y en consecuencia, en el cuerpo entero.  

(4)  Cf. RIBET, l.c., n.8.

Ahora bien: la intensidad del calor está en relación directa con la del movimiento, que es su verdadero generador, como demuestra la física. Así podrían explicarse—en parte al menos—las primeras manifestaciones imperfectas de estos fenómenos místicos; el amor acelera el movimiento del corazón; este movimiento determina un calor proporcionado en este órgano, y después en el resto del organismo.

            Sin embargo, es preciso confesar que esta explicación es del todo insuficiente para explicar el fenómeno en el segundo y sobre todo en el tercer grado, esto es, cuando llega a producir una verdadera quemadura material. No solamente porque la correlación  entre el amor íntimo del alma y el calor sensible de los órganos no es tan grande que pueda llegar a esos extremos, sino, además, porque se ha comprobado muchas veces que esa incandescencia tan sorprendente se ha producido en los místicos sin ningún síntoma de fiebre ni de aceleración anormal de la sangre. Por otra parte, el cuerpo no podría soportar naturalmente estas sacudidas tan violentas. El organismo humano sucumbe sin remedio ante una fiebre interior que rebase los cuarenta y tres grados centígrados, temperatura muy inferior a la que exige una verdadera quemadura material de la carne o de la ropa. Por consiguiente, si, verificándose esta quemadura, el santo no sucumbe ni su carne se calcina, la única explicación posible hay que buscarla en el milagro. Al menos, hoy por hoy, la ciencia es impotente para encontrar una explicación satisfactoria en el orden puramente natural.

            ¿Podría darse este fenómeno por intervención diabólica? Indudablemente que sí. El demonio puede producir la incombustión de un cuerpo y la quemadura de otro que esté en contacto con él interponiendo entre el fuego y uno de los cuerpos un obstáculo invisible para el hombre. Para distinguir esta falsificación diabólica del fenómeno auténticamente milagroso o sobrenatural habrá que recurrir a las reglas generales del discernimiento de los espíritus, habida cuenta de todas las circunstancias que rodeen los hechos.