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miércoles, 8 de junio de 2011

La estigmatización diabólica, Lágrimas y el Sudor de Sangre, Renovación o cambio de Corazones, Inedia, Vigilia.

La estigmatización diabólica, Lágrimas y el Sudor de Sangre, Renovación o cambio de Corazones, Inedia, Vigilia.

6.        La estigmatización diabólica.- ¿Es posible una estigmatización diabólica? ¿Puede el demonio producir los estigmas?
            Es evidente que sí.  Si en el orden puramente natural, a base de la hipnosis y de la sugestión, se ha conseguido producir fenómenos muy semejantes a la estigmatización en sujetos desequilibrados, neuróticos e histéricos, ¿cómo no va a poderlos producir el demonio, cuyo poder preternatural es muy superior al de las simples fuerzas humanas?.
            De hecho se han comprobado casos de verdadera estigmatización diabólica. El historiador de las convulsiones jansenistas, Carré de Montgeron, cita varios casos. Las escenas dolorosas de la pasión de Jesucristo, los estigmas mismos, son producidos a veces por Satanás en sus secuaces o en sus víctimas a fin de encubrir mejor la trama de sus perfidias y seducir más seguramente a los débiles y flacos. En la práctica no habrá otra señal para distinguirlos que la que nos dejó el Salvador en el Evangelio, y que tantas veces hemos invocado: <<por sus frutos los conoceréis>>(Mt.7,16). Oigamos al sabio y piadoso cardenal Bona dar una lección práctica de discernimiento de los espíritus sobre esta y otras materias parecidas:

                        <<A los que creen y publican que han sido coronados de rosas en una visión por Jesucristo, por un ángel o por la Bienaventurada Virgen María, o que han recibido un anillo o collar, se les debe tratar como engañados por su propia imaginación o como juguetes del demonio, a menos de que se vea relucir en ellos una gran perfección de vida, una muy grande santidad y un desprendimiento completo de la esclavitud de los sentidos. Dígase lo mismo de los estigmas, que, como se ha comprobado por algunos ejemplos indiscutibles, pueden ser hechos por la perfidia de Satanás>> (13)

2)     Las lágrimas y el sudor de sangre(14)

         1.      El hecho.—El fenómeno del sudor de sangre consiste en la salida en cantidad apreciable de líquido hermético a través de los poros de la piel, particularmente por los de la cara. Las lágrimas de sangre consisten en una efusión sanguinolenta a través de la mucosa palpebral.

            2.        Casos históricos.—Ante todo, tenemos un caso augusto, absolutamente indiscutible: el de Nuestro Señor Jesucristo. Torturado por la angustia, previendo con su ciencia divina los últimos dolores del sacrificio redentor y la agonía del Calvario, el Salvador del mundo derramó un copioso sudor de sangre: <<y sudó como gruesas gota de sangre, que corrían hasta la tierra>>, dice expresamente el Evangelio (Lc. 22,44). El sudor de la augusta Víctima de Getsemaní tuvo que ser muy abundante para inundar su rostro divino  y gotear hasta la tierra…
            Después de El, un cierto número—pequeñísimo desde luego—de santos y personas piadosas han presentado sudores de sangre: Santa Lutgarda (1182-1246), La Bienaventurada Cristina de Stumbeln (1242-1312), Magdalena Morice (1736-1769), María Dominica Lazzari (1815-1848), Catalina Putigny (1803-1885), etc.

(13)  CARDENAL BONA, De discret. Spir. C.7 n. 11.
(14)  Cf. Los DRES. HENRI BON y SURBLED  en las obras citadas.

Más raros todavía son los casos de lágrimas de sangre. La historia de la Mística sólo ha podido registrar hasta ahora dos: Rosa María Andriani (1786-1845) y Teresa Neumann, en nuestros días. 

            3.        Explicación de estos fenómenos.—Benedicto XIV, Cayetano, Suárez Maldonado, dom Calmet y otros muchos teólogos y exegetas han pensado que el sudor de sangre del Señor en Getsemaní haya podido ser natural.  He aquí cómo expresa esta misma opinión el moderno biógrafo de Jesús, José Ricciottí:

                        <<Conocido es de los médicos un fenómeno fisiológico denominado hematidrosis, es decir, sudor sanguíneo. La observación había sido hecha ya por Aristóteles, quien emplea también el término donde dice que <<algunos sudaron un sanguíneo sudor = αιματώδη ĺбtα>>

(Hist. Animal III, 19). El fenómeno  producido en Jesús puede ser objeto de búsquedas científicas de los fisiólogos, si bien teniendo en cuenta las especiales circunstancias del paciente. El fisiólogo Lucas, al transmitir solo esta noticia, parece invitar tácitamente a tales investigaciones>> (15).

     Los médicos hablan, en efecto, de casos de hematidrosis obtenidos en los hospitales. Pero el Dr. Surbled afirma que <<el fenómeno sigue siendo tan maravilloso como inexplicable. Aun cuando lo digan nuestros más sabios teólogos, el terror y la aflicción no bastan a producirla ni tampoco nos explican los sudores de sangre; y lo demuestra el que estas pasiones son comunes a todos los hombres y que el sudor de sangre es absolutamente  excepcional>> (16).
A continuación examina el Dr. Surbled las hipótesis propuestas para explicar este singular fenómeno—hemofilia, imaginación, dermografismo, vexicación de la piel, equimosis, etc., etc.--, para determinar diciendo que <<hay que confesar nuestra ignorancia sobre las causas y naturaleza de la hematidrosis>> (17).
     El Dr. Bon es menos pesimista que su colega, aunque no deja de reconocer también la dificultad de dar a este fenómeno una explicación satisfactoria.  Después de estudiar algunos casos de hematidrosis—relacionadas a veces con las reglas periódicas de la mujer--, termina diciendo que <<el factor nervioso no parece debe invocarse en el caso de simple suplencia menstrual. El factor discrásico-sanguíneo (18) interviene para ciertos casos médicos, y, por último, el factor nervioso es innegable para otros>>. Y añade a continuación que <<para los casos religiosos es evidente que los mismos elementos pueden entrar en juego, pues no solamente no están los santos libres de las dolencias humanas, sino todo lo contrario.  Pero nosotros sabemos de la salud perfecta, física y moral, de Cristo; conocemos también el dominio  soberano que los santos han ejercido generalmente sobre su <<andrajo>> (quiere  decir su envoltura corpórea); en fin, sabemos que los sudores y lágrimas de sangre, en lugar de coincidir con períodos fisiológicos, sobrevienen en las personas piadosas en relación con ciertos momentos del año litúrgico o con sus meditaciones religiosas. Esto nos obliga a admitir, al lado de casos provenientes de una diátesis hemorrágica o de un estado nervioso con reacciones exageradas, otros ligados a una potencia de alma excepcional o a una acción sobrenatural >> (19).

(15)  Cf. RICCIOTTI, Vida de Jesucristo p.633 (ed. española).
(16)  SURBLED, l.c. 
(17)  SURBLED, l.c.
(18)  Discrasia: mal temple de los humores del cuerpo.
(19)  DR. BON, o.c., p.6.ª c.15 p.215-216.

            La ciencia moderna no sabe decirnos nada más. Por nuestra parte, añadimos que este fenómeno no rebasa las fuerzas naturales del demonio y que, si en algún caso se produjeran las lágrimas o el sudor de sangre por influencia sobrenatural, habría que catalogarlo entre las gracias gratis dadas. No parece, en efecto, que tales lágrimas o sudores sean de suyo santificantes para el que los padece; y, desde luego, no entran en modo alguno en el desarrollo ordinario y normal de la gracia.

3)     La renovación o cambio de corazones

         Otro fenómeno incomparablemente más sorprendente se registra todavía en la historia de la Mística: la renovación o cambio de corazones. Expongamos el hecho y tratemos de explicarlo del mejor modo posible (20).

1.       El hecho.—Consiste este fenómeno en la extracción—al menos aparente—del corazón de carne y sustitución por otro, que a veces es el del mismo Cristo.

2.        Casos históricos.—Es famoso entre todos el caso de Santa Catalina de Siena; pero además de ella recibieron idéntico o parecido favor Santa Lutgarda, Santa Gertrudis, Santa Magdalena de Pazzis, Santa Catalina de Ricci, las Bienaventuradas Juana de Valois, Osanna de Mantua, Catalina de Raconixio, la Venerable Madre Inés de Langeac. Santa Margarita María de Alacoque y San Miguel de los Santos.
            Como muestra de cómo suele realizarse este fenómeno, veamos la exposición del caso de Santa Catalina de Siena por su confesor, el Beato Raimundo de Capua. He aquí sus palabras traducidas al castellano:

                        <<Se le apareció entre resplandores el Señor llevando en sus sagradas manos                  cierto corazón humano rojo y resplandeciente. . . .y abriendo otra vez su costado izquierdo e introduciendo el corazón  que llevaba en sus manos, dijo: <<He aquí, carísima hija, que así como ayer te quité tu corazón, te entrego ahora el mío para que vivas siempre por él.  Y dicho esto cerro y cicatrizó la herida que había abierto en su costado…. Y en señal del milagro permaneció en aquel lugar la cicatriz realizada, -como sus compañeras me aseguraron a mí y a muchos otros haberla visto frecuen-            temente; y preguntándole a ella misma muy en serio, no pudo negarlo, y confesando ser verdad lo confirmó>> (21).

3.        Explicación del fenómeno.—Supuesta, pues, la autenticidad del hecho—que parece temerario rechazar después de testimonios tan explícitos y tan dignos de crédito—¿cómo puede explicarse un fenómeno tan maravilloso y sorprendente?
            Es preciso proceder con calma y serenidad intelectual para no abandonarse demasiado pronto a juicios apriorísticos. Vayamos por partes. (21)

         1)      En la zona de lo estrictamente milagroso no puede haber dificultad alguna. En el orden contingente, nada hay necesario. Dios hubiera podido organizar al hombre sin necesidad de darle un corazón. ¿Por qué le sería prohibido conservar la vida después de haber retirado esa víscera fundamental del organismo humano, estamos de acuerdo: pero esta derogación no constituye en modo alguno una imposibilidad para la omnipotencia divina. Su verdadero nombre es familiar a los creyentes: es un milagro. Y no se trata de la conservación de la vida sin corazón, sino únicamente de la sustitución de un corazón por otro, el prodigio ofrece todavía menos dificultad.

(20)  Cf. RIBET, o.c., t.2 c.31.
(21) Cf. BB 30 apr. T.12 p.907

            2)      Más difícil explicar—aun en el terreno de lo estupendamente milagroso—es la sustitución del corazón del santo o santa por el mismo corazón de Cristo. Por de pronto hay que rechazar de plano, como absolutamente inadmisible, que la santa humanidad de Cristo se desposea de su propio corazón y se quede sin él aunque sólo sea momentáneamente. Ni menos aún que el corazón de tal o cual santo pase al pecho de Cristo hasta el punto de que el Verbo encarnado  lo reivindique como asumido por su propia personalidad divina. Esto equivaldría a una unión hipostática de ese corazón humano con la divinidad, que sólo se ha dado de hecho en el corazón adorable del mismo Cristo.
            Ahora bien: es muy difícil entender cómo el corazón físico del Salvador puede—sin cesar de pertenecerle a El—pasar a ser el corazón de otra persona y, con mayor razón aún, el de muchas personas a la vez. Si el corazón físico de Cristo es el corazón de Cristo, ¿cómo es posible que sea a la vez el corazón de otra persona distinta de Cristo?.
         La explicación que nos parece más aceptable y natural es la siguiente: Nuestro Señor, bajo el símbolo místico del cambio de corazones, hace a la feliz criatura que recibe esta gracia un doble don: a su alma, dándole disposiciones y sentimientos que reflejan las afecciones íntimas de su alma santísima; y a su cuerpo, dándole un corazón en armonía con el estado interior, de manera semejante a como su corazón sagrado se armonizaba con los impulsos de su alma.  Se trata de un cambio místico, no real, de los corazones
            Esta era la opinión del sabio y gran pontífice Benedicto XIV.  En el discurso pronunciado en elogio de San Miguel de los Santos—uno de los pocos favorecidos con el cambio de corazones.., dijo, con la profunda sabiduría que le era característica, que el cambio de corazones entre  Jesús y su fiel servidor había sido un cambio místico y espiritual. La Sagrada Congregación de Ritos consagró esta interpretación en el oficio del Santo con las siguientes palabras: <<Hunc servum suum fidelem, peculiari voluit ilustrare  prodigio, quo divini sui cordis mysticam commutationem cum corde illius  inire dignatus est>> (22).
         Nos parecería temeridad ensayar una explicación realista después de este testimonio tan claro y autorizado.

4)     La inedia (ayuno absoluto)

         1.      El hecho. —En la historia de los santos se han registrado muchas veces fenómenos de inedia o ayuno absoluto durante un tiempo muy superior al que resisten las fuerzas naturales.
           
            2.        Casos históricos. —He aquí algunos de los más notables: la Bienaventurada Angela de Foligno ( 1309) estuvo doce años sin tomar ningún alimento; Santa Catalina de Siena (13347-80), ocho años aproximadamente; la Bienaventurada Elisabeth de Reute (1421), más de quince años; Santa Ludwina de Schiedman (1380-1433), veintiocho años; el Bienaventurado Nicolás de Flüe (1417-87), veinte años; la Bienaventurada Catalina de Raconixio (1468-1547), diez años.  De época más reciente podemos citar a Rosa María Andriani (1786-1845veintiocho años; Dominica Lazzari (1815-1848) y Luisa Lateau (1850-1883), catorce años.  En nuestros días es famoso el caso de Teresa Neumann, rigurosamente comprobado por una observación que la crítica más severa se ha visto obligada a admitir como indiscutible.

            3.      Explicación del fenómeno. —La fisiología y patología humanas han demostrado plenamente que el hombre no puede naturalmente sobrevivir a una abstinencia total de alimentos prolongada durante algunas semanas. He aquí algunos datos curiosos sobre este particular (23):

(22)  Cf. Brev. Rom. (pro aliq. Locis) 5 iul. Lect. 6.
(23)  Cf. Dr. BON, o.c., c.14.

a)     En 1831, el bandido Granié, condenado a muerte, rehusó todo alimento, salvo un poco de agua; murió al cabo de sesenta y tres días en convulsiones. No pesaba más de 26 kilos.
b)      En 1924, el Dr. P. Noury publicó en el Concours Médical la observación de una nonagenaria que, habiéndose fracturado el cuello del húmero, declaró que no quería quedar imposibilitada y prefería morir. Rehusó toda alimentación, salvo un poco de líquido y algunos granos de uvas. Se extinguió en cuarenta y nueve días.
c)      De nuestros días es también el caso del lord alcalde de Cork—Mac Swiney--, que se hizo famoso en todo el mundo al dejarse morir de hambre como protesta por la dominación inglesa sobre Irlanda. Su agonía, en el curso de la cual tomó solamente líquidos, duró aproximadamente dos meses y medio (setenta y tres días).
            De estos y otros datos similares se desprende que la vida humana no puede prolongarse en inedia absoluta más allá de diez o doce semanas, no habiéndose registrado hasta la fecha ningún ayuno natural prolongado por más de tres meses.            
¿Cómo se explican, pues, aquellos ayunos de los santos prolongados por meses y años enteros, no solamente sin morir, sino incluso sin perder peso y sin que su salud se quebrantara por ello?.
            Ante todo parece que es preciso rechazar todo intento de explicación puramente natural.  El organismo humano no puede naturalmente mantener su vitalidad sin combustiones internas.  Toda combustión acarrea una pérdida considerable de ácido carbónico y de residuos; de ahí el adelgazamiento y la muerte al cabo de cierto tiempo si no hay aporte de material de recambio.  Notemos, por otra parte, que los santos y personas piadosas que practicaron tales ayunos no solamente no llevaban una vida aletargada y somnolienta, sino, al contrario, llena de vitalidad y dinamismo, con poquísimas horas de descanso o sueño. Sus gastos de energía vital tenían, pues, que llegar al máximo. Esto es cosa del todo clara y evidente.        
¿Habrá que concluir, sin más, que un ayuno prolongado por tiempo superior al que la simple naturaleza puede ordinariamente soportar es forzosamente sobrenatural? Creemos que no.
         La Iglesia no tiene en cuenta el ayuno prolongado -aunque se haya comprobado plenamente- para decidirse a una beatificación o canonización. Es preciso tener en cuenta no sólo la posible intervención diabólica, sino también las posibilidades desconocidas y ocultas de la misma naturaleza. ¿Podría el hombre en determinadas condiciones asimilar, como las plantas, el ácido carbónico y el nitrógeno atmosférico? ¿Puede recibir su energía vital de otra fuente distinta de sus combustiones internas? Un autor, en 1934, en la revista Hipócrates, proponía para Teresa Neumann la hipótesis de una asimilación de las radiaciones solares. Estamos muy lejos de compartir esta opinión, pero es indudable que se abre con ella, para la ciencia moderna, una perspectiva insospechada.

         Sólo la comparación y contraste con el resto de la vida del paciente podrá darnos la clave para juzgar de la sobrenaturalidad de un ayuno prolongado.  Es preciso comprobar la duración del ayuno, la conservación de las fuerzas físicas y morales, la ausencia del hambre en plena salud y la exclusión de toda causa morbosa del ayuno. Y, sobre todo, es necesario estar seguro de la santidad del ayunador de la heroicidad de sus virtudes, de sus dones sobrenaturales de éxtasis, etc., que suelen casi siempre acompañar a estos fenómenos portentosos cuando son sobrenaturales, como parecen serlo en el caso de Teresa Neumann. Debe examinarse diligentemente si en el ayuno se encierra algún motivo oculto de vanidad o presunción o si, por el contrario, se practica bajo la moción del Espíritu Santo y con plena y rendida sumisión a la obediencia. El ayunador debe, además, no ser sostenido durante su largo ayuno sino por la recepción de la Sagrada Eucaristía y debe cumplir puntualmente todos sus deberes de estado.  Únicamente cuando se reúnan todas estas circunstancias podrá juzgarse el fenómeno como verdaderamente sobrenatural y milagroso. 
         Supuesta, finalmente la sobrenaturalidad del fenómeno, habrá que explicarlo, desde el punto de vista teológico, por una especie de incorruptibilidad anticipada de los cuerpos gloriosos, que suspende la ley del incesante desgaste de los órganos y dispensa, por lo mismo, de la ley correlativa de la refección alimenticia.

5)      La vigilia o privación prolongada de sueño

         1.      El hecho.—Paralelo y análogo al fenómeno anterior es la privación de sueño o vigilia casi constante que se ha registrado también en la vida de muchos santos (24).
           
            2.      Casos históricos.—He aquí algunos de los más notables: San  Pedro de Alcántara durmió durante cuarenta años tan sólo hora y media diariamente, como el mismo Santo refirió a Santa Teresa, añadiendo que éste había sido el mayor trabajo de penitencia que había tenido al principio hasta acostumbrarse (25). Santa Rosa de Lima restringía a dos horas el tiempo concedido al descanso, y a veces menos aún. Santa Catalina de Ricci desde pequeña no dormía jamás más de dos o tres horas cada noche; al llegar a los veinte años, cuando el éxtasis se apoderó de su vida, no dormía sino una hora por semana, y a veces apenas dos o tres por mes. Y, en fin, la Bienaventurada Agueda de la Cruz pasó los ocho últimos años de su vida en constante vigilia.
           
            3.      Explicación del fenómeno. —Admitiendo la historicidad de estos hechos -algunos no podría rechazarlos la crítica más severa-, hay que pensar en algo extranormal para explicar el fenómeno. El sueño, como el alimento, es absolutamente necesario para la conservación de la vida. El organismo se gasta con el ejercicio y se repara con el reposo. Cuando el insomnio se prolonga, su necesidad se vuelve imperiosa; y cualquiera que sea la fuerza de voluntad con que el hombre quiera contrarrestarlo, acaba por sucumbir a él.
            Cuando, pues, la vigilia se prolonga sin la menor interrupción durante semanas y meses enteros sin que disminuya el vigor y el ejercicio de la vida corporal, no se puede menos de atribuir el fenómeno a algo superior a la simple naturaleza humana. Se puede restringir progresivamente la imperiosa necesidad de dormir, pero sin milagros no se la puede dominar completamente. Los médicos y fisiólogos están de acuerdo en que sin salir de las leyes normales de la naturaleza orgánica no se puede llegar a privarse totalmente del sueño ni de los alimentos.  La dificultad está en fijar en qué momento comienza la derogación de esas leyes; pero esa derogación se impone necesariamente.
          Sin embargo, aun sin recurrir al milagro, nos parece que puede intentarse—en parte al menos—una explicación dentro del estado de sobrenaturalidad alcanzado por las almas que han practicado estas largas vigilias.  Los santos—en efecto—se han esforzado siempre en restringir las necesidades de la vida sensitiva y animal.  Aparte de su amor a la mortificación, les movía a ello el deseo de encontrar tiempo para prolongar su oración.  Lo mismo que la abstinencia, las largas vigilias se encuentran, sobre todo, entre los contemplativos y extáticos.
         Ahora bien: está perfectamente comprobado que la contemplación y, sobre todo, el éxtasis casi continuo desprenden y liberan al alma de la esclavitud de la vida animal.  Durante el éxtasis, la actividad del alma es intensísima, pero el cuerpo reposa profundamente, teniendo como tiene suspendido el ejercicio de sus sentidos internos y externos.  De ahí que el éxtasis equivalga—desde el punto de vista corporal y en orden a la restauración de las fuerzas del organismo—a un verdadero sueño.  Y por eso, Santa Teresa dice de sí misma que al salir de sus éxtasis se encontraba—incluso  corporalmente—mucho mejor y con la cabeza más despejada que antes (26).

(24)  Cf. RIBET, o.c., t.2, c.26 n.4-5.
(25)  Cf. SANTA TERESA, Vida 27,17
(26)  Cf. Vida 20,21; 18,11.

         Acaso, pues, en esta sobrenaturalidad sublime alcanzada por las almas de los santos pueda encontrarse—al menos en muchos casos—una explicación suficiente de este fenómeno y del anterior (27). A medida que el alma se nutre y embriaga de Dios, gusta menos de los groseros alimentos corporales; cuanto más se absorbe y concentra en Dios, menos está sujeta a la somnolencia y a la pesadez de la carne. Es como un glorioso anticipo de las condiciones excelsas de los cuerpos glorificados para los que la visión beatífica será a la vez su alimento y su reposo.