Vistas de página en total

domingo, 5 de junio de 2011

Las causas de los Fenómenos Extraordinarios. CAP. PRIMERO

C A P I T U L O   I
Las causas de los Fenómenos Extraordinarios

Vamos a dividir este capítulo en tres artículos, dedicados a cada una de las tres causas que pueden producir los fenómenos verdadera o falsamente místicos: Dios, la simple naturaleza y el demonio, correspondientes a los tres modos que hemos examinado más arriba: el mundo de lo sobrenatural, de lo natural y de lo preternatural.

A R T I C U L O     I
Dios como autor de los Fenómenos Místicos
Dios Padre y el Espíritu Santo

La primera fuente de los fenómenos místicos—la única y exclusiva de los verdaderos—es el mismo Dios como autor del orden sobrenatural. No puede haber en ello dificultad alguna. Los fenómenos místicos—en efecto—se desarrollan siempre, como veremos, en alguno de estos tres campos o en varios de ello a la vez; el intelectual, el afectivo o el orgánico. Ahora bien: ¿no tiene Dios, acaso, libre acceso a esos tres campos y no puede extender o restringir a su voluntad la esfera de sus actividades, multiplicar o suspender sus energías?  En el orden intelectual, ¿no podrá Dios, que es la Luz y la Verdad por esencia (1º 8,12; 14,17), abrir a nuestro espíritu aspectos y horizontes nuevos, hablarnos interiormente por comunicaciones puramente intelectuales o por medio de signos sensibles exteriores o interiores? ¿Quien podrá discutir al Bien Infinito, término final de nuestra vida afectiva (1), el poder de obrar directamente sobre nuestra voluntad y determinar en ella, por medio de la gracia, ímpetus y ardores que rebasen sus fuerzas naturales? Y en el orden puramente corporal y ardores que rebasen sus fuerzas naturales?  Y en el orden puramente corporal orgánico, ¿no podrá Dios alterar nuestras energías corporales modificando libremente sus formas y sus funciones?
Las manifestaciones extranaturales que no comprometan ninguna ley moral o que no impliquen contradicción pueden, pues, tener a Dios por autor, ya que el poder divino no reconoce otros límites que los del mal moral o del absurdo.

Causas inmediatas de los Fenómenos Místicos

La mayor parte de los fenómenos místicos extraordinarios los producen o pueden reducirse fácilmente a las gracias llamadas gratis dadas. Decimos la mayor parte y no todos, porque—como veremos al estudiar los fenómenos en particular—muchos de ellos se explican, sin más, por una especie de redundancia y efecto connatural del grado sublime de espiritualización a que han llegado las almas místicas en las que esos fenómenos suelen realizarse. En este sentido, algunos de ellos podrían ser atribuidos a ciertos efectos extraordinarios de los dones del Espíritu  Santo, que no entran, sin embargo, en el desarrollo normal de la gracia ni se producen—por lo mismo en todos los santos, a pesar de que todos ellos poseen los dones del Espíritu Santo en grado sublime de desarrollo. De todas formas, la fuente principal de los fenómenos extraordinarios son siempre las llamadas gracias gratis dadas, que vamos a estudiar ampliamente a continuación.

Las Gracias “Gratis Dadas

Introducción.—Como explica San Pablo en su maravillosa epístola primera a los corintios, las gracias o dones de Dios son múltiples y diversos, mas el Espíritu es uno mismo (2). Todos cuantos beneficios  hemos recibido de Dios, aún en el orden puramente natural, son gracias y dones suyos.  Y todos en un sentido amplio podrían llamarse gracias gratis dadas (3), como quiera que, independientemente de la  libre voluntad de Dios, que ha querido derramarlos graciosamente sobre nosotros, no podía haber en nosotros mismo título alguno o exigencia que los reclamara. No olvidemos que la causa omnímoda de todas las cosas es la voluntad libérrima de Dios (4).

Pero esto no obstante, para precisar mejor la diferencia entre los dones naturales y los sobrenaturales, y, dentro de los sobrenaturales, entre unas gracias y otras, es preciso restringir la terminología y circunscribirla a expresar un grupo determinado de gracias en el conjunto innumerable de todas las que hemos recibido de Dios.
Concepto fundamental y principales divisiones de la gracia. —Según el uso bíblico y el eclesiástico recibido en Teología, la palabra gracia se emplea tan sólo para significar el don sobrenatural concedido por Dios a la naturaleza racional en orden a conseguir la vida eterna (5).


(2) Cf. I Cor. 12, 4-6.
(3) Cf. I-II,rrr,4, dif. 1.a
(4) Cf. I,10,4.
(5) Hemos hablado largamente de ella en otro lugar (cf.n.86ss).
Pero al analizar este don establecen todavía los teólogos muchas divisiones y subdivisiones. Y así hablan de la gracia increada y de la creada, de la gracia de Dios y de la de Cristo, de la habitual y de la actual, de la eficaz y de la suficiente, de la preveniente, operante y concomitante; de la interna y de la externa, etc., etc… (6)
De todas estas divisiones y subdivisiones hay una que aquí nos interesa sobremanera destacar.  Es la que divide la gracia—razón del fin a que se ordena—en gracia gratum fascines y gracia gratis dada.
La gracia gratum faciens—que es la gracia simpliciter, habitual o santificante—tiene por objeto establecer la amistad sobrenatural entre Dios y nosotros, dándonos una participación física y formal—aunque accidental, como es obvio—de la naturaleza misma de Dios.  Abarca tres aspectos distintos, aunque inseparables entre sí: la gracia santificante propiamente dicha, las virtudes infusas y los dones del Espíritu Santo. Hemos hablado ya de todas estas cosas en sus lugares correspondientes, y nada tenemos que añadir aquí.
La gracia gratis dada—en cambio—tiene por objeto inmediato o directo, no la propia santificación del que la recibe, sino la utilidad espiritual del prójimo.  Y se llama gratis dada porque está fuera no solamente de la potencia natural—que esto es común con la misma gracia santificante--, sino incluso del mérito sobrenatural de la persona que la recibe.  Veamos como lo expresa Santo Tomás:
<La gracia es doble: una por la cual el hombre mismo se une con Dios, y se llama gracia gratum faciens; otra por la cual un hombre coopera a que otro se vuelva a Dios; y ésta se llama gracia gratis dada, porque está sobre el poder de la naturaleza y se concede al hombre por encima del mérito de la persona.  Pero como no se le da para que quede él mismo justificado, sino más bien para que coopere a la justificación del otro, por eso no se llama gratum fascines.  Y de ésta dice el Apóstol (1 Cor 12,7): <A cada uno se le otorga la manifestación del Espíritu para común utilidad de los demás> (7)

Naturaleza de las gracias <gratis dadas>.—Recogiendo ahora la doctrina de Santo Tomás sobre la naturaleza de las gracias gratis dadas esparcida a lo largo de sus obras, podemos precisar los siguientes puntos fundamentales (8):

1º Las gracias gratis dadas no forman parte del organismo sobrenatural de la vida cristiana, integrado por la gracia habitual, las virtudes infusas y los dones del Espíritu Santo.  Ni tienen punto de contacto con la gracia actual, que es la que pone en ejercicio los hábitos anteriores.
2º Son meros epifenómenos de la vida de la gracia, como cosa adyacente a ella, y que, por lo mismo, pueden darse sin ella.
3º No son ni pueden ser objeto de mérito de <congruo> ni de <condigno> aun supuesta la gracia santificante.  Por eso se les llama por antonomasia gratis dadas-
4º No constituyen un hábito—como la gracia santificante, las virtudes y dones--, sino que el alma las recibe al modo de moción transeúnte.
5º No son intrínsecamente sobrenaturales (quoad substantiam), sino sólo extrínsecamente (quoad modum), esto es, por sus causas extrínsecas, en cuanto que tienen un agente y un fin sobrenaturales.  Pero en sí mismas son realidades intrínseca y formalmente naturales.
6º Por lo mismo que esas gracias no forman parte de nuestro organismo sobrenatural, no están contenidas en las virtualidades de la gracia santificante, ni el desarrollo normal de esta gracia puede jamás producirlas o exigirlas.

(6) Cf. En el n.142 las subdivisiones de la gracia actual.
(7) I-II,lll,l.
(8) Cf.P.Menéndez-Reigada, Los dones del Espíritu Santo y la perfección cristiana c.4 n.K.


7º Las gracias gratis dadas requieren, pues, en cada caso una intervención directa y extraordinaria de Dios, de tipo milagroso.
De estas características esenciales  que, acabamos de señalar se desprenden las siguientes principales consecuencias, que nos interesa destacar aquí:
a)  Que sería temerario desear o pedir a Dios estas gracias gratis dadas.  Como quiera que no son necesarias para la salvación ni santificación y requieren—muchas de ellas al menos—una intervención milagrosa de Dios.
Vale  más un pequeño acto de amor de Dios que resucitar a un muerto.
b)           Que la causa instrumental de que –Dios se vale para producir tales hechos milagrosos—el hombre—no necesita estar unida sobrenaturalmente con El por la caridad, ni mucho menos ser un santo.
c)           Que estas gracias gratis dadas no santifican de suyo al que las recibe el cual puede recibirlas en pecado mortal y permanecer en él después de recibidas.
d)          Que esas gracias no se ordenan de suyo al bien del sujeto a quien se conceden sino al provecho de otros y edificación de la Iglesia.
e)           Que por lo mismo es menester que todos los santos estén adornados con las gracias gratis dadas, puesto que son independientes de la santidad.  De hecho, muchos santos no las tuvieron.  San Agustín expone muy bien la razón cuando dice que Dios no ha querido ligar necesariamente estos dones milagrosos  a la santidad para no dar pie a la flaqueza humana a hacer más caso de estas cosas que de las buenas obras que nos merecen la vida eterna: <non ómnibus sanctus ista tribuuntur, ne perniciosísimo errore decipiantur infirmi, existimantes in talibus factis  malora dona esse, quam in operibus iustitiae, quibus aeterna vita comparatum>. (9)
Es preciso, sin embargo, no exagerar demasiado esta doctrina. Es cierto que la gracia habitual o santificante se ordena de suyo a santificar al que la recibe y que las gracias gratis dadas se ordenan de suyo al provecho del prójimo. Pero no hemos de olvidar que cualquier gracia de Dios—teológicamente considerada—se ordena en último término a la salvación eterna, ya sea intrínsecamente y por su propia entidad, ya extrínsecamente por especial disposición de Dios. La suave providencia de Dios, que se adapta maravillosamente a la naturaleza de las causas segundas, puede que unos hombres sean ayudados por otros en el magno negocio de la salvación eterna.  Para esto, empero, se requiere la gracia. 

De ahí el doble género de gracias: unas que primo et se    se ordena a la propia salvación y santificación del que las recibe, y otras que primo et se se confieren para procurar la salud de los demás. Y, al contrario, las gracias gratis dadas, aunque de suyo se den para utilidad de los demás, puede y debe el que las recibe o ejercita utilizarlas también para intensificar su propia vida espiritual. Esto no pertenecerá de suyo al fin primario de esas gracias, pero sí indudablemente a su fin secundario.  ¿Qué duda cabe, por ejemplo, que al resucitar a un muerto con el poder de Dios experimenta el taumaturgo un verdadero estremecimiento de admiración y de estupor, que llenará su alma de sentimientos de adoración y reverencia ante la majestad y el poder infinito de Dios? He aquí de qué manera la gracia gratis dada, que se ordenaba de suyo a la utilidad de los demás—en este caso, del muerto resucitado y de los que presenciaron el milagro--, vino a redundar secundariamente en provecho del que la ejecutó como instrumento de Dios.
Suárez expone muy bien esta doctrina en su tratado De gratia.  He aquí sus palabras:

<Hay que añadir que la gracia gratum fascines se da de tal manera en provecho del que la recibe, que puede también, y debe, redundar y ejercerse para utilidad de los demás.

(9) Cf. S.August., De divers. quaest. 83  q.79: ML 40,92.

Y, al contrario, las gracias gratis dadas, aunque se dan para utilidad de los demás, sin embargo, puede y debe el que las recibe procurar con su uso la propia utilidad y provecho espiritual (10).

Tanto es así,  que de  hecho—ya hemos examinado la cuestión de iure—sólo en los grandes santos suelen resplandecer estas gracias gratis dadas, siendo más que rarísimo encontrarlas en las imperfectas, y mucho menos todavía en los grandes pecadores, aunque esto no sea imposible teóricamente. El mismo Cristo hacía sus milagros no sólo en confirmación de su  doctrina, sino como argumento a favor de su persona.  Y promete estas gracias también a los que creyeren en él como señal para reconocerlos:<Y echarán en mi nombre los demonios, hablarán lenguas nuevas, tomarán en sus manos las serpientes y, si bebieren algún licor venenoso, no les dañará; pondrán las manos sobre los enfermos y quedarán sanos>(11)  Y en otro lugar: <El que cree en mi hará también las cosas que yo hago, y las hará todavía mayores, por cuanto yo me voy al Padre>(12), aludiendo claramente a las gracias gratis dadas.-  Por eso dice Santo Tomás que en Cristo <brillaron excelentísimamente todas las gracias gratis dadas>(13).  El mismo San Pablo habla de estas gracias como de cosa normal en la Iglesia y aun aprueba el que se procuren y deseen, anteponiendo siempre—claro está—la virtud de la caridad, que es la más excelente de todas (14).  Lo cual apenas se explicaría sino tuvieran relación alguna con la santidad.  Oigamos otra vez a Suárez sobre este particular:

<Aunque Dios, por secreto designio, se sirva a veces de un hombre hipócrita para hacer un milagro o conceder algún beneficio extraordinario, esto es muy raro; ordinariamente no suele obrar tales milagros sino por hombres justos y buenos>(15).

Más todavía: no faltan autores que admiten una doble serie de gracias gratis dadas. Unas que se ordenan primo et per se a la utilidad de los demás tales como la gracia de curar enfermedades, la discreción de espíritus, el don de lenguas, etc., y otras que se ordenan, ante todos, al provecho del que las recibe; y éstas últimas deben llamarse todavía gratis dadas en cuanto que no son absolutamente necesarias para la santificación ni caen bajo el desarrollo normal de la gracia santificante. 

Tales serían, v.gr., las visiones, revelaciones, raptos y otras semejantes.  Veamos cómo expone esta doctrina el famoso autor de la Lucerna mystica. López Ezquerra.

<Otras gracias se llaman comúnmente gratis dadas, que no se dirigen a la utilidad del prójimo, sino al bien de la propia alma que las recibe; y se llaman, sin embargo, gratis dadas—en sentido lato—porque son beneficios concedidos gratuitamente por Dios…Y a este género pertenecen las visiones, revelaciones, raptos, éxtasis y otras cosas semejantes que nadie puede negar que exceden el poder de la naturaleza>(16).

Sea de ello que lo fuere, lo cierto es que las llamadas gracias gratis dadas tienen casi siempre una irradiación bienhechora sobre el alma de los que las reciben y que, al menos muchas de ellas, acompañan casi siempre a los estados elevados de oración que caracterizan a los grandes santos.


(10) Suárez, De gratia proleg. 3 c.4 n.7.
(11) Mc.16, 17-18.
(12) Io 14,12.
(13) Cf. III, 7,7.
(14) Cf. I Cor. C.12-14.
(15) Suárez, De gratia proleg. 3 c.4 n.II.
(16) López Ezquerra, Lucerna mystica tr.4 c.1 n.6.

        Número de las gracias <gratis dadas>.—Expuesta ya someramente la naturaleza de estas gracias, vengamos ahora a la cuestión del número de las mismas.

Como base fundamental hay que partir de la clasificación de San Pablo.  Escuchemos, ante todo, las palabras del gran Apóstol en su primera epístola a los fieles de Corinto:

<Y a cada uno se le otorga la manifestación del Espíritu para común utilidad. A uno le es dado por el Espíritu la palabra de sabiduría; a otro la palabra de ciencia, según el mismo Espíritu; a otro fe en el mismo Espíritu; a otro don de curaciones en el mismo Espíritu; a otro operaciones de milagros; a otro profecía, a otro discreción de espíritus, a otro género de lenguas, a otro interpretación de lenguas.  Todas estas cosas las obra el único y mismo Espíritu, que distribuye a cada uno  según quiere>(17)

Santo Tomás—y con él la mayoría de los teólogos—aceptan reverentes la nomenclatura y clasificación del Apóstol y se esfuerzan en justificarla filosóficamente (18). No faltan, sin embargo teólogos que piensan que San Pablo no ha tenido intención de formular una enumeración completa y rigurosa de todas las gracias gratis dadas o posibles. Esta es también la opinión de los mejores exegetas modernos. El apóstol no ha señalado sino algunas de las innumerables gracias gratis dadas que el Espíritu Santo suele conceder a los hombres, principalmente aquellas que más interesaban al apostolado y ministerio de la Iglesia. Fuera o al margen de su enumeración existen otros muchos dones gratuitos, a los cuales hay que referir una buena parte de los fenómenos místicos extraordinarios, como veremos en su lugar correspondiente. Ni se opone en nada esta interpretación de los modernos exegetas a la doctrina de Santo Tomás el Doctor Angélico en el maravilloso artículo de la Prima secundae, que dedica a la exposición de las gracias gratis dadas según la clasificación del Apóstol (19), no intenta pronunciarse sobre el número de las mismas, sino que, aceptando la descripción de San Pablo, y prescindiendo de si se trata de una clasificación adecuada y exhaustiva o de una simple enumeración de las más importantes y fundamentales, la ordena y explica con una  maestría genial. En ninguna parte del citado artículo afirma el Santo que las gracias gratis dadas no pueden ser ni más ni menos que las enumeradas por el Apóstol. Podemos, pues, admitir la opinión de los teólogos y exegetas modernos sin tener que apartarnos en lo más mínimo de la admirable clasificación de Santo Tomás.

Para contemplar de  un solo golpe de vista en visión sintética de conjunto, el magnífico artículo del Doctor Angélico comentando la clasificación de San Pablo, vamos a trascribirle aquí en forma de cuadro sinóptico (20).
La gracia <gratis dada> se ordena a instruir al prójimo en las cosas divinas.

(17) I Cor. 12,7-11.
(18) I-II,III,4.
(19) Cf. I-II,III,4.
(20) Cf. Garrigou-Lagrange, De Revelatione t.I p.209.

Exposición de cada una de ellas.—Vamos a decir una palabra sobre cada una de estas gracias, siguiendo el orden del Doctor Angélico tal como aparece en el croquis anterior (21).

a)  Fe. —Es evidente que la fe,  en cuanto gracia gratis dada, no es la virtud teologal por la cual nos adherimos  a las verdades reveladas; pero los autores no están concordes en precisar su significación.
Algunos quieren ver en ella la fe que hace milagros; aquella fe que, según la palabra de Nuestro Señor (Mt. 17,10), repetida por San Pablo (1 Cor 13,2), traslada las montañas. Esta es la interpretación de San Juan Crisóstomo (22), de muchos otros Padres griegos y latinos y de algunos teólogos escolásticos, tales como Cayetano, Salmerón y Vázquez (23).
Otros la entienden en el sentido de una especie de intrepidez heroica para confesar, predicar y defender las verdades de la fe.  Y también la constancia con la que algunos confiesan la fe en las persecuciones.

Otros quieren que esta fe sea cierta virtud y facultad con la que algunos, aunque no comprenden de un modo distinto y perfecto las verdades dogmáticas, aciertan a explicarlas a los demás con una maestría y exactitud asombrosas, a veces superior a la de los más esclarecidos teólogos.
Según Santo Tomás, seguido por la mayoría de los teólogos y expositores sagrados, se trata de una certeza sobreeminente de la fe que hace capaz a quien la tiene de proponer y persuadir  a los demás las verdades que ella nos enseña. Escuchemos sus palabras: “La fe no se enumera aquí  entre las gracias gratis dadas en cuanto que es una virtud que justifica al hombre en sí mismo (la fe teologal), sino en cuanto importa cierta sobreeminente certeza en la fe, que hace al hombre apto para instruir a los otros en las cosas pertenecientes a la fe”(24).
En este sentido, la gracia de la fe se debería a una iluminación milagrosa del espíritu, secundada por una palabra lúcida, ardiente y fácil, que llevaría la convicción  a los demás. Pero como, por otra parte, suponiendo a un alma encendida en el cielo de la más ardiente caridad, nada impediría atribuir al poderío y la fuerza de su palabra a una irradiación de su fe íntima (como virtud teologal), es preciso señalar algún elemento que nos permita establecer el diagnóstico diferencial entre la fe virtud infusa y la fe gracia gratis dada consiste en un acto, en una moción-

(21) Hemos consultado para hacer esta exposición al propio SANTO TOMÁS (en diversos  
       lugares de sus obras); a RIBET, La mystique divine t.3 c.5, y a BERAZA, De Gratia Christi
       n.18-27
(22) Cf. Hom. 29 in epist. 1 Cor 12: MG 61,245.
(23) SUÁREZ, De gratia proleg.3 c.5 n.10.
(24) I-II, III, 4 ad 2.
actual y transitoria del Espíritu Santo, de la que resulta el don sobrenatural de la elocuencia (25).
b)              Palabra de sabiduría.—La <sabiduría> se toma aquí por un conocimiento sabroso de las cosas eternas lo mismo que en el don del Espíritu Santo del mismo nombre.
Pero se distinguen en que la sabiduría don es un gusto experimental de las cosas divinas percibido tan sólo por el alma que lo experimenta, mientras que la sabiduría gracia gratis dada (palabra de sabiduría) es la aptitud para comunicar a los demás por la palabra estas impresionabilidad sobrenatural de manera que les instruya, deleite y conmueva profundamente (26). Es la facultad de explicar a los fieles la <sabiduría> de la religión cristiana; esto es, los altísimos misterios de la Trinidad, encarnación, redención y predestinación, como el mismo San Pablo sabía hacerlo.
Este es el carisma propio y característico de lo apóstoles y el que resplandecía en ellos con preferencia a todos los demás de que estaban adornados. Pero, salvando las distancias, puede entenderse también de los apóstoles en sentido más alto y universal. Por lo cual no faltan autores que identifican este carisma del sermo sapientiae con el don que suelen llamar de apostolado.

c)               Palabra de ciencia.—La <ciencia> es la gracia que propone y hace gustar al alma las verdades divinas por medio de razonamientos, que muestran su armonía y su belleza, y por medio de analogías y ejemplos tomados de la naturaleza, que ayudan a entenderlos. Es la facultad de comunicar y demostrar las verdades de la religión cristiana de tal manera, que todos, aun los más rudos, puedan entenderlas y retenerlas. San Agustín -menos exactamente al parecer—enseña que la palabra de ciencia es la facultad de exponer las cosas que pertenecen a las buenas obras y costumbres (27).
Entre la gracia gratuita de <ciencia> y el don del mismo nombre existe la misma relación que entre la gracia gratuita, palabra de sabiduría, y el don de sabiduría. El don es para el alma que lo recibe, la gracia gratuita es para la instrucción y edificación del prójimo. Oigamos a Santo Tomás, que lo dice así expresamente.

<La sabiduría y la ciencia no se cuentan entre las gracias gratis dadas en el sentido en que se enumeran entre los dones del Espíritu Santo, o sea en cuanto que el alma se dispone convenientemente para ser movida por el Espíritu Santo en orden a las cosas pertenecientes a la sabiduría y a la ciencia…; pero se cuentan entre las gracias gratis dadas en cuanto importan cierta abundancia de ciencia y sabiduría, de tal modo que el hombre pueda no sólo saborear rectamente las cosas divinas en sí mismo, sino también instruir a los otros y convencer a los contradictores. Y por eso se pone significativamente entre las gracias dadas la palabra de sabiduría y la palabra de ciencia, porque, como dicen San Agustín (De Trinitate I.14 c.I ad med), una cosa es conocer solamente lo que el hombre debe creer para  alcanzar la vida eterna, y otra conocer cómo puede esto mismo aprovechar a los buenos y defenderse contra los malos> (28).

(25) Cf. RIBET, o.c., t.3 c.5 n.6.
(26) Cf. II-II, 177,1-2
(27) S. August., De Trinit. I.12 c.14: ML 42,1009-12.
(28) I-II,III,4 ad 4.

Este carisma palabra de ciencia solían tenerlo comúnmente los doctores, de que habla el Apóstol después de nombrar a los apóstoles y a los profetas (1 Cor 12,28). Los doctores eran distribuidos en la primitiva Iglesia por las ciudades y aldeas; allí residían, y tenían la facultad de explicar de una manera apta y conveniente a los catecúmenos y neófitos las verdades de la fe cristiana cuyo conocimiento era necesario para todos. Sin embargo el oficio de los <doctores> era distinto del ordinario ministerio eclesiástico, aunque también a los mismos ministros ordinarios de la Iglesia incumbía el ofidio de enseñar y exhortar a los fieles.
Pero es preciso advertir que cuando la santidad interior acompaña a las gracias exteriores, esto es, cuando en lo íntimo del alma han alcanzado los dones del Espíritu Santo proporciones extraordinarias, se pueden considerar las gracias gratuitas de <sabiduría> y de <ciencia> como una irradiación y extensión de los dones del Espíritu Santo del mismo nombre.  O, si se quiere, podemos decir que, en tanto que procuran la santificación del alma que las recibe, la <sabiduría> y la <ciencia> son dones del Espíritu Santo; y pasan a ser gracias gratis dadas en cuanto concurren a la edificación del prójimo.  Oigamos a Suárez exponer esta doctrina:

<<A veces puede consistir esta ciencia y sabiduría en los dones del Espíritu Santo en grado muy perfecto, que en sí son dones que pertenecen a la gracia gratum fascines, pero cuyo uso para utilidad de los demás puede referirse a las gracias gratis dadas>>(29)

d)   Don de curaciones.— Esta gracia comprende e incluye los hechos milagrosos que tienen por objeto la salud corporal. Es la facultad de curar a las enfermedades de un modo que supera las fuerzas naturales.
          Es una de las formas del don de milagros (operaciones de milagros); pero esta forma merece mención especial en atención a la preferencia que para el hombre tienen las cosas pertenecientes a su propio cuerpo con relación a la de las simples cosas exteriores. Puede señalarse todavía otro nuevo matiz diferencial: el don de curaciones tiene por objeto conferirnos el beneficio de la salud corporal, mientras que el de operaciones de milagros se dirige, ante todo, a la manifestación de la gloria de Dios y a confirmarnos en la fe. Veamos como lo expresan Santo Tomás y los Salmanticenses:

            Santo Tomás.— <<El don de curaciones se enumera aparte, porque con él se confiere al hombre el beneficio de la salud corporal, además del beneficio común que se muestra en todos los milagros, o sea que los hombres vengan en conocimiento de Dios>> (30)

Salmanticenses.— <<Se divide (la gracia de los milagros) en don de curaciones, cuando se hacen los milagros en provecho de nuestra salud y vida corporal; y en operaciones de milagros, cuando se limitan a manifestar la divina omnipotencia confirmando con ello la fe>> (31)

e)   Don de milagros.—<<Esta gracia se entiende comúnmente del don de  milagros en el orden físico, con el que se relaciona, como la especie al género, el don de curaciones, del que acabamos de hablar. Abarca, pues, todas las derogaciones de las leyes de la naturaleza, realizadas sobre el hombre o las otras cosas sensibles, ya sea para convencer de la realidad  de la doctrina ya para manifestar el poderío de la santidad. Privilegio glorioso que posee tan  sólo la Iglesia de Jesucristo como testimonio irrefragable de su celestial origen y de su misión divina>> (32)

(29) SUÁREZ, De grita proleg.3 c.5 n.8; cf. RIBET, o.c., c.5 n.5.
(30) II-II, 178, I ad 4.
(31) SALMANTICENSES, Arbor praedicament. Virtutum §  17 n.I66
(32)  RIBET,o.c., t.3 c.5 n.8; cf. II-II,178
El texto griego de la epístola de San Pablo pone en plural estas dos últimas gracias: χαρίσματα ϊαματων = <<gratias sanitatum>>; ένεργήματα δυνάμεων = <<operaciones virtutum>> (vers. 9-10). Con lo cual insinúa claramente que estos dos carismas deben ser considerados como dos géneros, que incluyen debajo de ellos varias especies diferentes. De tal manera que los que estaban adornados con estos carismas no sanaban todas las enfermedades ni producían toda clase de milagros, sino únicamente aquellos para los que el Espíritu Santo les daba virtud especial. De forma que para las diversas enfermedades y distintas especies de milagros se requerían  diversos y distintos carismas (33).

f)       Profecía. — Al estudio de esta gracia— una de las más importantes entre las gratis dadas— dedica Santo Tomás cuatro grandes cuestiones en la segunda parte de su Suma Teológica (34), y alude a ella en casi todas sus demás obras. Dada su importancia, vamos a recoger aquí, aunque sea  brevísimamente, las conclusiones de la Suma Teológica.

Cuestión I7I.— I)  La profecía es un fenómeno de conocimiento. Es un milagro intelectual que abarca un doble elemento: un conocimiento intelectual  sobrenatural y la manifestación de ese conocimiento (a.1).
2)    A semejanza de las demás gracias gratis dadas, la profecía  no es un hábito. La luz profética la recibe  el profeta a modo de pasión o de impresión transeúnte (a.2).
3)     Aunque es cierto que bajo la luz profética pueden caer tanto las cosas divinas como las humanas, tanto las espirituales como las corporales, sin embargo, le pertenece proprísimamente la revelación de los futuros contingentes (a.3).
4)      El profeta no conoce por la divina revelación todas las cosas que pueden conocerse proféticamente— necesitaría para ello contemplar en si mismo la verdad primera, que es el Principio de donde emanan—, sino únicamente las que se le comunican por la misma divina revelación (a.4).
5)     El profeta tiene la máxima certeza de que le ha sido revelado por Dios todo lo que conoce en virtud de su espíritu profético; pero las cosas que conoce únicamente por su instinto profético no tienen para él certeza absoluta ni puede plenamente distinguir si las pensó por algún instinto divino o solo por su espíritu propio (a.5).
6)      Como la profecía no es sino un reflejo de la divina presciencia, es imposible que se refiera a algo falso (a.6).

Continuará en la: Cuestión 172.— 7)