LOS EXORCISMOS DE MARTA
Parte 1 de 6 (Serie)
El caso siguiente fue dado por Dios a los hombres como un signo de alerta
ante las artimañas del diablo. Tal como se explica en el mismo exorcismo, esta
posesión tan larga constituye una llamada de atención a los hombres sobre la
batalla que todos los días se desarrolla en el mundo espiritual entre ángeles y
demonios en su constante lucha por las almas humanas. Es por consiguiente un caso-signo que Dios ha concedido a la humanidad
para que tome conciencia de la posibilidad de quedar infectado por estos
espíritus malignos que sólo buscan la condenación del mayor número de almas
posibles. Lo publicamos sin ánimo de lucro en este sitio gratuito de
internet para contribuir a la concienciación tanto de creyentes como de no
creyentes.
El caso de Marta aparecíó publicado en agosto del año 2004 en el tratado
‘Svmma Daemoniaca’ del exorcista José Antonio Fortea. Por su extraordinario
interés consideramos imprescindible divulgarlo por todos los medios posibles a
fin de que se cumpla el propósito que Dios deseó para este caso, es decir, que
sirva para la concienciación de los hombres sobre el fenómeno de los espírítus
demoníacos.
El caso de Marta.
Un caso real de posesión
demoníaca.
El extraño caso que aquí se cuenta, resulta extraño incluso para mí mismo.
Y si me fue resultando menos extraño fue porque se fue desplegando
paulatinamente. No hace falta decir que de todo lo que se cuenta en estas
líneas, fui testigo ocular. Dentro de un siglo o dos, sin duda algún
investigador tratará de teorizar acerca de lo que verdaderamente pasó. Pero yo
sé lo que realmente sucedió. Los sucesos están frescos, demasiados testigos
siguen vivos. Ahora, todavía, no caben las teorías que desdigan lo que aquí se
dice, pues los testimonios son demasiado numerosos. Los hechos, de momento, no
dejan lugar a teorías oscuras. La luz que nos ha cegado todavía disipa la
oscuridad de esas teorías, la oscuridad de esas explicaciones que en el futuro
negarán lo que aquí se cuenta. Pero yo estuve allí, y cuento lo que vi.
Todo lo que voy a contar en esta historia como sacerdote puedo asegurar que
es verdad, todos los nombres son reales. Y cada vez que se da un nombre, se
ofrecen datos adjuntos para poder comprobar que son personas reales a las que
se les puede consultar. No obstante, un sólo nombre es ficticio, el de la
posesa, a la que se le adjudica el
nombre ficticio de Marta. Conocedor como soy de los verdaderos nombres de la
posesa y su madre, callaré sus identidades. Después de un año viéndonos
semanalmente, no sólo los nombres, apellidos, trabajo, lugar de residencia y
teléfonos, sino toda su vida era conocida por mÍ, porque ya entraron a formar
parte de mi vida. Aquellos que viven una tragedia como un naufragio o una
guerra y pasan meses juntos establecen vínculos y lazos que permanecen para
toda la vida, así también las muchas cosas que vivimos durante más de un año,
los muchos sufrimientos, llantos, risas y alegrías han hecho que aquella madre
e hija formen ya parte de mi familia.
En el año 2001 yo vivía mi tranquila vida como párroco de una deliciosa
parroquia sin saber que una perfecta desconocida llamada Marta y que estaba
luchando por su vida en un hospital, me iba a cambiar la vida. Vivía lejos
de mí, en otra provincia, nunca nos habíamos conocido, y, sin embargo, nuestras
vidas se iban a entrelazar de un modo inextricable. los médicos comentaban la
extraña enfermedad que padecía aquella universitaria vigilada 24 horas en la
UCI un extraño síndrome cuyo nombre callaré para evitar la identificación de
esta jovencita de una carrera de ciencias. La chica estuvo al borde de la
muerte durante doce días mientras su madre no hacía más que rezar y rezar para
que su hija viviera.
La enfermedad pasó. La joven volvió a su casa. La vida de aquella madre e
hija que vivían solas debía haber vuelto a la normalidad. Pero no fue así. La
madre comenzó a notar cosas extrañas. Ruídos, crujidos de difícil
explicación recorrían la casa. Trató de no darle mayor importancia.
SÍNTOMAS QUE EMPEZARON A NOTARSE:
Sin embargo, pronto comenzó a notar en su hija reacciones que en ella no
eran normales. Había discusiones a la
hora de ir a misa en los días festivos, en
algunos momentos mostraba animadversión hacia lo religioso, bostezos casi
continuos en el momento en que ella, la madre, comenzaba a rezar, a veces una
mirada aterradora que jamás había visto en su hija. La hija comenzaba a mostrar
dificultad para centrarse en sus estudios, embotamiento, dolores punzantes y
repetitivos en cualquier parte del cuerpo, sobre todo en la cabeza.
Pero todo esto sólo era el comienzo, un día estaban madre e hija juntas en el salón cuando la madre aterrada observó sin dar crédito
a sus ojos como su hija entraba en trance, se quedaba inmóvil y comenzaba a
levitar con el butacón. La madre no podía creer lo que estaba viendo.
El pesado butacón con su hija sentada encima se levantaba lentamente del suelo
un palmo, permaneciendo suspendido en el aire. Desde ese momento tuvo la
invencible seguridad de que lo que tenía su hija no era nada que pudiera ser
curado con medicinas. Seguridad inconmovible que le acompañaría durante los dos
años siguientes. Todo esto puede parecer increíble al incrédulo, puede ser
motivo de mofa para el escéptico... pero cuando se ve no hay lugar para el escepticismo.
Cuando uno ve con sus propios ojos estas cosas la incredulidad ya no es
posible. La sonrisa del escéptico se hiela en la cara, los ojos refutan
todas las teorías. Las razones nada pueden frente a lo que ven los ojos.
En ese momento comienza un peregrinaje eclesiástico, peregrinaje que cuento
con la esperanza de que aprendiendo en cabeza ajena se pongan los medios para
que no tenga que volver a repetirse nunca más. Cuento este viacrucis
eclesiástico para que aprendiendo en cabeza ajena (o dicho de otra manera,
aprendiendo a costa de sufriemiento ajeno), los que tengan autoridad en la
Iglesia entiendan que hay que tomar medidas para que casos así no se repitan.
La madre pidió audiencia con el obispo de su diócesis. Penetró en las
estancias de palacio con la confianza de una hija que va a pedir ayuda a su
padre, a un sucesor de los Apóstoles. Comprobó que si los curas habían sido
tajantes, el obispo, por el contrario fue exquisitamente diplomático y cortés: “Le aconsejo como primera medida que vaya a
un psiquiatra, usted y su hija”. La mujer se marchó confiada pensando que
por fin su hija iba a ser atendida. Vana ilusión. No sabían que tras la
despedida del prelado, éste dio la indicación a su secretario de que nunca más
volviera a concederles audiencia.
Pero la madre hizo justamente lo que le había indicado el obispo, ir a un
psiquiatra. El psiquiatra escribió un informe indicando que la chica estaba
mentalmente sana. Pero cuando quisieron volver a ver al obispo, se encontraron
con que éste había dado órdenes tajantes de que no se les volviera a conceder
audiencia. La madre no cejó en su empeño. Y las dos comenzaron a peregrinar por
los despachos e iglesias de párrocos, religiosos y vicarios episcopales, un
esperanzado viacrucis de petición de ayuda, una ayuda a la que tenían derecho,
pero al fin y al cabo un itinerario de audiencias con bastante poco resultado.
La madre, como el proceso de búsqueda de exorcista se alargaba comenzó a rezar al lado de su hija, fue entonces cuando aterrada observó como la hija se convulsionaba sobre la cama. Eran unas convulsiones terribles, el cuerpo de su hija se levantaba medio metro sobre las sábanas como un juguete de peluche sacudido por una fuerza tremenda. Aquellas convulsiones pasaron al cabo de unos minutos, pero la tragedia que iban a vivir sólo estaba comenzando.
La madre, como el proceso de búsqueda de exorcista se alargaba comenzó a rezar al lado de su hija, fue entonces cuando aterrada observó como la hija se convulsionaba sobre la cama. Eran unas convulsiones terribles, el cuerpo de su hija se levantaba medio metro sobre las sábanas como un juguete de peluche sacudido por una fuerza tremenda. Aquellas convulsiones pasaron al cabo de unos minutos, pero la tragedia que iban a vivir sólo estaba comenzando.
Días depués, madre e hija fueron a ver a un sacerdote. Pidieron hablar a
solas con él. Cuando la madre le explicó su caso, el sacerdote sonrió con la
mayor de las incredulidades. La madre estaba llena de aflicción, le pedía
ayuda, pero el sacerdote les aconsejó un psiquiatra. El sacerdote no sólo les
aconsejó eso, sino que les trató con el mayor de los desprecios. Aquel hombre
que representaba la fe, que se suponía que era un mensajero de la fe, les trató
con una dureza que ambas recordarían durante los años siguientes con gran
dolor. La negativa a ayudarles marcó el comienzo de las visitas a una larga
lista de sacerdotes y religiosos en general. Todos se mostraron férreos en sus
respuestas. Vaya a un psiquiatra. Ninguno de ellos se molestó en examinar a su
hija. ¿Para qué? La hija llegó incluso a ser explusada de malas maneras de un
confesionario cuando trató de suplicar, de implorar, ayuda de un jesuita.
Una madre puede llegar a ser insistente hasta límites increíbles. Así que
la madre la llevó un día a su parroquia, iglesia distinta de la de los
religiosos a los que había acudido la primera vez. Le pidió al párroco que la
bendijera. Él lo hizo sin darle mayor importancia, cuando de pronto se encontró
con la chica furiosa cayendo al suelo y revolviéndose allí en la sacristía. Los
gritos, la mirada, la furia era tal que el anciano párroco se llevó un gran
susto, para ser exactos, el susto de su vida. El sobresalto fue tal que
nervioso cogió el teléfono y llamó a uno de los vicarios episcopales. Mira, no
tengo ni idea de qué sea esto, pero lo que acabo de ver no es normal, debió
decirle. Al final uno de los vicarios episcopales, en un alarde de generosidad,
ante la insistencia de la madre, ante el párroco que comenzaba a ponerse al
lado de la madre, envió un psiquiatra a que la examinara. Sólo la sacristía fue
testigo de aquella hora de conversación entre el médico y la chica.
Como es lógico el informe sobre elcaso se entregó al vicario episcopal.
Dijera lo que dijera el médico lo cierto es que al final el vicario logró del
obispo que diera permiso al párroco para que la exorcizara. El párroco, sin usar ritual alguno,
comenzó a darle bendiciones y a rezar por ella. Hay que hacer notar que el cura
hizo exactamente lo inverso a lo que hay que hacer en estos casos.
Ojalá que el párroco hubiera visto al menos “El Exorcista”. Pero parece que ni
de esa mínima formación gozaba, pues hizo justo al revés de lo que se debe.
Entre otras cosas, cuando el demonio comenzaba a gritar o a agitarse, paraba
sus oraciones hasta que se tranquilizara. O sea, justo al revés. Así, de este
modo tan infructuoso siguieron un par de breves e inútiles sesiones. Sea por la
impresión de lo que vio, sea por la edad, sea por lo que sea, el párroco
enfermó gravemente y hasta esas oraciones se detuvieron sine die. La enfermedad se veía que iba por lo menos para varios
meses.
mientras tanto en casa la madre no podía hacer la más leve oración en
presencia de su hija. Cualquier rezo por breve que fuera, incluso en silencio,
provocaba en Marta gritos, amenazas y unas miradas verdaderamente malignas que
helaban la sangre de la madre. Al detener sus oraciones, la hija volvía a su
estado normal y no recordaba nada. La madre si rezaba debía hacerlo en otra
habitación, y aun así su hija entraba en trance en la habitación de al lado.
Mientras tanto la vida de la madre y la hija fuera de casa, continuaba normal.
La madre seguía trabajando en su puesto de trabajo y la hija seguía yendo a la
universidad sin que nadie sospechara nada.
Pero la madre estaba decidida a que las noches de pesadilla que estaban
pasando en casa acabaran. En cierta conversación con un sacerdote, éste le
dijo. No tenemos a nadie preparado para ocuparse de estos casos.
-¿Pues adónde debo ir? -preguntó desesperada la madre.
Como el sacerdote no le daba respuesta la madre dijo con la mayor
mansedumbre:
-Mire, he leído que en Roma hay un exorcista -el padre Gabriele Amorth-, yo
pago el viaje a uno de sus sacerdotes para que vaya, se prepare y pueda ayudar
a mi hija.
Pero no, ni con tantas facilidades lograría que su hija fuera atendida. El
párroco y uno de los vicarios episcopales estaban dispuestos a ayudarla, pero
buena parte del clero seguía pensando que esto eran cosas del pasado. Después de
tantos meses, después de tantas puertas a las que había llamado, una cosa quedó
clara, de su diócesis no podía esperar la solución del problema de su hija.
¿Qué podía hacer? Se le ocurrió a la madre pedir en información el número de
casi todos los obispados de España. Les llamó y les fue preguntando si en esa
diócesis había algún exorcista o algún sacerdote que pudiera atender el caso de
su hija. El resultado fue negativo. En todas se les dijo que no había nadie. La
madre no hacía cada día más que rezar y rezar por que el Señor arreglara el
problema de su hija. Con lágrimas y horas y horas de rosarios la madre veía con
tristeza que estaban en un callejón sin salida. Estuvo pensando en ir a Roma a
ver al exorcista de Roma, el padre Gabriele Amorth.
Tiempo antes, uno de los vicarios episcopales había logrado contactar con
un sacerdote de Roma que habló con el exorcista de la diócesis de Roma para
consultarle si debía aquella mujer trasladarse a que él la viera. El padre
Amorth le envió un fax. En él se decía que no se desplazara a Roma, sino que se
le exorcizara en España. Era lógico que le respondiera eso, ¿cuánto podía durar
un exorcismo? Podía ser cosa de una
sesión, de semanas o de meses. no podían hospedarse en Roma indefinidamente.
La madre estaba bastante desesperada. Era una mujer bondadosa, afable, muy
religiosa, jamás se hubiera esperado una respuesta así no de un clérigo u otro,
sino de todos. El padre Gabriele Amorth, el único experto que conocía y que
estaba dispuesto a ayudarle le decía que no fuera a Roma. Evidentemente una
estancia de meses en el extranjero, abandonando la madre el único trabajo que
las mantenía, las hubiera dejado en la bancarrota.
La madre y la hija seguían solas, su padre había muerto hacía años. Ambas
se querían mucho y todos estos sufrimientos reforzaban más y más su afecto.
Parecían completamente abandonadas a su suerte, pero es interesante advertir
que en una de las últimas y tormentosas conversaciones con un religioso de su
ciudad la hija sacó fuerzas de donde pudo y tuvo esta despedida enérgica.
Padre, si usted no me ayuda, Dios me ayudará.
La madre era una mujer de fe, y creía en lo que su hija acababa de decir,
pero no se veía luz al final del túnel, ni el más leve rayo de esperanza. Sin
embargo, no se imaginaba aquella mujer dolorida hasta qué punto Dios la había
inspirado al decir estas palabras. No se imaginaba cuan generosamente, cuan
sobreabundantemente, el Todopoderoso las iba a ayudar. Aquel religioso debió
volver a sus quehaceres sin pensar que Dios le podía haber hablado a través de
aquella chica. No debió darle vueltas al mensaje tan terrible que Dios le
estaba dando. Padre, si usted no me ayuda, Dios me ayudará.
·
Internarla
en un centro psiquiátrico hubiese sido como “cadena perpetua”.
La vida continuó para ellas, una vida alterada en que lo paranormal se
hacía presente cada día. Una vida en que la hija sólo podía rezar con esfuerzos
titánicos, para caer finalmente en la pérdida de la consciencia primero y en
los gritos después. En estos casos, si la familia puede pagarlo, el final de este tipo
de personas suele ser el internamiento en un centro psiquiátrico. Una cadena
perpetua en busca de una salud mental que nunca acaba de llegar. Afortunadamente el que la madre hubiera
presenciado la levitación del butacón con la hija encima había alejado la
peligrosa quimera de buscar la solución por ese camino que la hubiera llevado a
la locura. La medicación actuando sobre su cerebro, en internamiento en un
centro, hubieran llevado a aquella universitaria sana a la demencia.
Pero la madre resistía y la hija se ponía en las manos de Dios. Las dos
guardaban su secreto sin hacer partícipes de él ni a familiares ni amigos. Ni
siquiera los hermanos mayores de Marta o sus tíos sabían nada del calvario que
estaban sufriendo aquellas dos mujeres. Los meses siguieron transcurriendo.
Al final y a través de un cúmulo de casualidades -Dios está siempre tras
las casualidades-, supieron de un sacerdote que atendía casos de supuesta
posesión. Sacerdote el cual que soy yo. Tras teinta o cuarenta llamadas
buscando o preguntando, por fin dieron con mi número telefónico. Cuando oí la
humilde voz de la madre oí la voz de alguien que ha sufrido mucho. La voz mansa
y afligida de los que han sufrido mucho durante años, es una voz especial.
Aquella mujer con una grandísima humildad, con miedo de inpacientarme, de dar un
paso en falso, me preguntó si podía explicarme su caso porque necesitaba ayuda.
Le dije que por supuesto, que la escuchaba. Le dio un vuelco el corazón, se
debía esperar que le dijera que no tenía tiempo, que no podía ayudarla, que se
dirigiera a su diócesis o lo que fuera. Pero ante su sorpresa le dije que le
escuchaba. Depués de tantas puertas cerradas, todas, alguien del clero la
escuchaba. Me explicó su caso. Yo vi que por lo que contaba era un caso claro
de posesión, así que fui por mi agenda y le di hora y día para que me vinieran
a ver en mi parroquia.
Cuando varios días después llegaron a mi parroquia les escuché, les hice
las preguntas que consideré pertinentes y después oré por ella. Al momento dio
todos los signos de posesión.
Mara Marta y su madre, tras dos años, su tiempo de espera
por fin había acabado. Tenían que venir de lejos, cada viaje que iban a hacer
de ahora en adelante, suponía una serie de incomodidades para ellas. Graves
incomodidades que no puedo especificar como otros tantos detalles de esta
historia, para no revelar ningún hecho que permita identificarlas. Pero a pesar
de que cada sesión suponía un inmenso sacrificio por el mero hecho de tener que
llegar hasta mi parroquia, las sesiones de oración por Marta darían comienzo de
inmediato y ya no se detendrían hasta que el demonio saliera.
Así aquel sábado 2 de marzo de 2002, dieron comienzo las oraciones por
aquella chica. Oraciones que pensaba que se prolongarían en todo caso dos o
tres días más. Iluso de mí, no sabía lo que aquella chica tenía dentro, no
sabía los planes que tenía Dios para aquel caso.
Aquel día estuvimos dos horas orando. Digo estuvimos, pues había pedido a
cuatro personas que vienieran a orar por ella y a ayudarme a sujetarla si era
preciso. Al poco de dar comienzo a las
oraciones, le pregunté al demonio que cuántos había dentro. Contestó que cinco.
La chica presentaba los signos normales de posesión. Las cosas sagradas
(crucifijos, agua bendita, santo crisma) le producían una profunda aversión que
le llevaba a gritar y retorcerse. Habíamos colocado una colchoneta allí en el
suelo, ante el altar, sujetándola entre varios sobre esa colchoneta, procedimos
a pedir a Dios la liberación de ella.
Cuando le pregunté en latín a
aquel demonio cómo había entrado se resistió a responder. Pero insistí en la orden en el nombre de
Jesús. Aquel demonio no quería hablar, pero el nombre de Jesús le obligaba. En
ese nombre santísimo hay un poder que fuerza a los demonios a responder. Al
final respondió. Pero cuando lo hizo
yo no entendí nada. Era el nombre de un chico. ¿Qué significaba
aquello? La madre me dijo que era el
nombre de un compañero de clase de su hija. En latín volví a insistir en
que me dijera de qué medios concretos
se había servido para entrar en esa persona. Tras insistir yo en mi
orden, la respuesta entrecortada que
obtuve fue "hechizo de muerte". Todo estaba claro. La enfermedad que
había padecido y que casi la había matado era el fruto de un hechizo que había
llevado a cabo ese chico. Por las
muchas oraciones de su madre Marta se había salvado, pero había quedado posesa.
Normalmente este tipo de cosas no suceden aunque alguien haga un hechizo, pero
cuando se invoca a estas fuerzas demoníacas cualquier cosa puede pasar. Cuando una persona va a misa y se
confiesa está protegida por Dios. Y probablemente si hubiera rezado el
rosario hubiera estado protegida. Pero sólo con la misa, y aún confesándose de
vez en cuando, no fue suficiente para que el hechizo no hiciera efecto en su
cuerpo en forma primero de enfermedad y de posesión después.
A partir de entonces tuvimos una sesión cada semana, de dos horas y media.
Un día a la semana, durante toda la mañana, nos encerrábamos en la capilla
situada bajo el templo propiamente dicho, una capilla bajo tierra y con
paredes de hormigón, y orábamos con fervor a Dios para que librara de aquel
mal.
Al principio de cada sesión siempre comenzaba la oración arrodillado en la
capilla, pidiéndole a Dios que nos ayudara y nos iluminara. En silencio, en el
interior de mi corazón decía esta oración: “Dios
Padre, derrama sobre nosotros la Sangre que Tu Hijo vertió en la Cruz por amor
a los hombres, y que esa Sangre preciosa nos proteja de todo ataque del maligno”.
Tras eso pedíamos a todos los santos que nos ayudasen. La letanía incluía a
todos los santos que venían a mi memoria. Y después seguíamos orando horas y
horas. Horas y horas, días y días, semanas y semanas. Y lo que fue más duro
para Marta, meses y meses. Al menos la chica al acabar cada sesión no recordaba
nada, lo cual era una gran ventaja. Sólo tenía una vaga sensación como de haber
pasado por una pesadilla.
En las sesiones estábamos normalmente cuatro o cinco personas rezando el
rosario todo el tiempo. Las sesiones a nadie dejaban indiferente. A unos les
impactaban más y a otros menos. Algunos quedaban aterrados ante aquellos gritos
y convulsiones. Pero conforme pasaba la primera media hora y veían que no
pasaba nada más incluso los más impresionables se iban tranquilizando. Una de
las cosas que a mí me edificaba profundamente era ver a la madre de rodillas
sobre el duro suelo rezando rosario tras rosario durante horas.
A lo largo de todas las sesiones y años que llevo ayudando a la gente con
este ministerio puedo decir que he hablado muchas veces con el demonio. Por
supuesto que estos diálogos han tenido lugar siempre a través de los posesos. Hablar con los demonios me ha revelado lo
terrible que es su psicología. Cuando en medio de las oraciones,
retorciéndose el poseso de dolor, le he dicho. ¡Necio!, ¿por qué sigues ahí
dentro si estás sufriendo? Él me respondía sin dudarlo ni un segundo. Para
hacer daño. Un demonio es un ser maligno
que quiere hacerte sufrir con toda frialdad. Si puede durante años, y no sentirá piedad alguna. El
demonio no siente compasión ni por un débil anciano enfermo ni por una linda
niña rubia con toda la vida por delante. Sólo
desea torturarte, que padezcas, abocarte a la desesperación, al alejamiento de
Dios, conducirte hacia el suicidio, la locura, la depravación o hacia cualquier
otra cosa que nos haga llevar una vida más miserable.
·
LOS NOMBRES DE LOS CINCO DEMONIOS.
Marta tenía cinco demonios en su cuerpo. El primer demonio se llamaba Fausto, el tercero perfidia, el penúltimo en salir Azabel, y el último, el más
poderoso, Zabulón. Uno se
marchó sin decir el nombre. Todos los demonios, menos el último, fueron
saliendo uno a uno en un total de ocho sesiones. Quizá Fausto no era nombre
de demonio, sino de un espíritu perdido o de un alma condenada (a efectos del exorcismo, las almas
condenadas se asimilan en todo a los demonios. Los “espíritus perdidos” son las almas de aquellos que han muerto
sin pedir perdón a Dios, pero sin rechazarlo de forma definitiva. Estas
últimas son almas dejadas para el día del Juicio Final).
Curiosamente al penúltimo demonio, Azabel,
lo que más le atormentaba fue el sonido de los besos de la madre a un crucifijo
que tenía en las manos. Insisto, descubrimos al cabo de horas de oración
que era ese sonido lo que le volvía loco de dolor. Me vais a matar, repetía el
demonio. Ya me habéis torturado bastante por hoy, decía suplicante. Cada vez
que la madre de Marta besaba sonoramente el crucifijo que tenía en sus manos,
la posesa se retorcía como si estuviera a punto de morir. Al final las
convulsiones fueron tremendas, y salió. La tranquilidad volvió a la chica que
yacía serena sobre la colchoneta.
Al seguir con las oraciones sabíamos que todavía quedaba un demonio. Zabulón.
Cuando se le ordenaba que besara una
estampa de la Virgen le daba mordiscos. Sin embargo, a pesar de esta
rebeldía, cuando se le ordenaba beber el agua bendita en el nombre de Cristo,
la bebía. Aunque había que ordenarle después que la tragara, pues de lo
contrario más de una vez algún poseso me ha regado la cara varios minutos
después con el contenido de su boca. Cuando le ordenaba a Zabulón que repitiera
versículos del prólogo del Evangelio de San Juan, lo hacía pero con rabia, como
si las palabras fueran aceite hirviendo en su boca. Y, además, sempre que
llegaba a la palabra Dios decía Él, para no pronunciar una palabra que le
resultaba tan odiosa.
Es interesante referir que al
investigar acerca del nombre “Zabulón” descubrí que ese demonio era la
cuarta vez que aparecía en la historia. La penúltima conocida fue con el padre
Cándido Amantini, maestro del padre Gabriele Amorth. Pero también vi que ese
mismo demonio respondió que ese era su nombre en Loudum, cerca de la Rochelle
en el siglo XVII en Francia en un exorcismo que se prolongó muchísimo y en el
que ocurrieron muchos hechos extraordinarios. Y ya debía haber aparecido
antes al menos una cuarta vez, porque el nombre de Zabulón ya había quedado
reflejado en ciertos escritos medievales como un nombre perteneciente al
demonio, aunque ya no había memoria de cuando había ocurrido la posesión en la
que se obtuvo el conocimiento de su nombre. Es de suponer que en esas sesiones
medievales debieron descubrir qué era
lo que le torturaba en concreto a ese demonio. Pero tal información si
alguna vez se consignó, se había perdido. Fue una pena, porque íbamos a
necesitar de bastantes sesiones para descubrir que a este demonio le atormentaba muchísimo tener que repeteir
fragmentos de la Sagrada Escritura. "Y especialmente todo lo relativo a Dios como Luz". Muchas
sesiones antes había dicho: “Yo vi la
luz y me alejé de ella”. Lo dijo con tremenda pena y rabia. No le dimos
mayor importancia a aquella afirmación, pero la tenía.
He observado infinidad de ocasiones que cuando uno le ordena algo a un
demonio como besar un crucifijo o decir una alabanza a Dios, se niega. Pero si
uno se lo ordena en el nombre de Jesús y repite esa orden con fe, al final
obedece. Pero es todo un espectáculo ver la cara de odio y repugnancia que pone
el demonio al tener que besar una cruz o rezar una oración. Ese tipo de
acciones le atormentan, le dan asco. Pero hay un poder que le obliga a hacerlo.
Eso sí, hay que dar la orden en el nombre de Jesús, de lo contrario jamás lo
hará. También se le puede ordenar: por
mi poder sacerdotal... o por
el poder de la Cruz de Cristo... o por
los sufrimientos del Redentor en la Pasión... etc. Al demonio hay
que ordenarle las cosas, no se le pide nada. Pero aunque hay que ser
imperativo, no sirve de nada gritar o enfadarse. El darle órdenes de hacer cosas religiosas le atormenta mucho, de
forma que hay un momento en que ya no aguanta más y se marcha. Todas
las órdenes y oraciones le van debilitando, y al final no puede resistir la
fuerza de las preces y sale.
En un momento dado, le ordené
rezar la oración de "la Salve", lo hizo al final, arrastrando las sílabas. El
odio a la Virgen era tremendo, ya de por sí era una predicación, una
predicación de amor a la Virgen. Porque, evidentemente, si los demonios odian
tanto a la Virgen María es que Ella es poderosísima. No
en vano tiene el título de “Reina de los Ángeles”.
Cuando el demonio rezó la Salve dijo: Dios te salve Reina y Madre,
esperanza vuestra, a ti llaman los desterrados hijos de Eva... Todas las
oraciones y textos de la Sagrada Escritura, si se le hacen repetir, los recita,
pero cambiando aquello que no se refiere a ellos, los demonios. Por ejemplo, cuando el Evangelio de San Juan
dice que la Palabra plantó su tienda y habitó entre nosotros, el demonio dice "y
habitó entre vosotros". Le he mandado repetir infinidad de textos durante meses,
nunca lo he cogido en ningún error. A veces le he hecho repetir frases
teológicas que le atormentaran especialmente. Y él las ha repetido, pero alguna
de ellas yo no me había dado cuenta de que para un espíritu caído no era
válida. En esos casos, el demonio al instante ha exclamado: ¡eso no! En todos
los casos, lo he meditado un momento y me he dado cuenta de que tenía razón.
Nunca en tantos meses el demonio que repetía las frases que le mandaba
repetir se equivocó, ni una sola vez. Dada la duración de las sesiones, dado
que estaba improvisando sobre la marcha, en alguna ocasión yo si que me
equivoqué. Por ejemplo, si le decía que repitiera Dios es Rey. Él lo repetía.
El Señor me creó, lo repetía. Pero poco a poco iba diciendo cosas que le
atormentaran más, pero algunas de más complejidad teológica. Por ejemplo, si le
mandaba repetir "cuanto más me valiera no haber desobedecido", lo decía. Pues
esta aseveración sólo implicaba el reconocimiento intelectual de que su opción
le había traído perjuicios. Pero en un momento le mandé repetir "me arrepiento
de haberme alejado de Dios". Entonces dijo ¡no! Yo insistí en mi orden,
finalmente me dijo rabioso: si quieres lo repito, pero no es verdad.
Otra cosa interesante de observar es que cuando a un demonio se le ordena
en el nombre de Jesús que responda a una pregunta, una de dos, o se calla o si
responde dice la verdad. Desde luego, si se insiste en el nombre de Jesús acaba
diciendo la verdad, porque a veces la primera respuesta puede ser cualquier
cosa.
Sólo una vez por más que le di vueltas pensé que Zabulón me estaba
engañando por más que insistí en mi orden, el hecho me dejó muy perplejo. En un
momento dado invoqué a varios santos. En mi oración en voz alta le pedía a la
madre Teresa de Calcuta y a Josemaría Escrivá de Balaguer que nos ayudaran.
Entonces aquella voz desagradable habló, cosa extraña, pues casi nunca decía
nada salvo que se le obligara a hablar. Pero en esa ocasión dijo: ella sí que
es una santa (la madre Teresa de Calcuta),
él no (Josemaría Escrivá de Balaguer). Yo le repliqué al momento diciéndole
que estaba mintiendo. El demonio me dijo: piensa lo que quieras, pero no es
santo. Le dije que creía a la Iglesia, y si la Iglesia me decía que
Josemaría Escrivá era santo, pues lo era, y punto. Y es más, quise comprobar el
poder del nombre de Cristo y le ordené que dijera la verdad. Pero ante mi
sorpresa, por más que se lo ordené se mantuvo en su afirmación sin ceder.
Aquello me dejó muy perplejo. Era la primera vez que sucedía. Hasta
entonces el poder del nombre de Jesús siempre le había obligado a decir la
verdad. Durante un día le di muchas vueltas y al día siguiente de forma repentina
me vino a la mente la respuesta. Respuesta que me llenó de alegría, porque
podía seguir confiando en el poder del nombre de Jesús. Y de admiración, porque
nunca pensé que el demonio podía ser tan escurridizo, tan serpentino y astuto
en un simple comentario hecho tan de paso. El demonio no había rectificado
porque había dicho la verdad. Cuando dijo que la madre Teresa de Calcuta era
una santa se refería a que había llevado una vida santa y ejemplar. Pero cuando
dijo que Josemaría Escrivá no era santo, era verdad, pues todavía no había sido
canonizado. Iba a ser canonizado la semana siguiente, pero todavía no estaba
canonizado. El demonio había usado esa argucia semántica para sembrar la duda.
La madre Teresa era santa de facto, Josemaría Escrivá no lo era "de iure" -de derecho-. Aunque
Zabulón no era Satán, Padre de la mentira, si que era maestro del error y
estaba dispuesto a usar en una frase un término en dos sentidos distintos, pero
verdaderos, con tal de sembrar la desconfianza hacia la santidad hacia él,
entonces, beato Josemaría y hacia el juicio de la Iglesia. Debo reconocer que
su semilla diabólica, semilla que siembra la duda, hizo que desconfiara por un
momento del juicio de la Iglesia, y por ende de la vida de aquel beato. Por un
momento en aquella cripta bajo tierra, capilla iluminada por las velas; solos
como estábamos (la madre, la posesa y yo), la siembra de la duda comenzó a
echar sus malignas raíces en mi mente. No lo digo por quedar bien, pero no
consentí en la duda. En cuanto vino a mi mente la advertencia del pecado que se
me presentaba en aquel pensamiento, lo deseché.
Pero la duda era tremenda, era la duda acerca del juicio de la Iglesia,
acerca de la vida de un santo y, en definitiva, acerca de la bondad de una
institución de la Santa Madre Iglesia. Yo había improvisado sin pensarlo
aquella invocación al beato, y el demonio, había añadido aquel comentario al
instante, al segundo. Él conocía el más allá, él nunca había salido victorioso
al poder del nombre de Jesús. Por más que le hubiera abrasado tener que
reconocer la verdad y confesarla, siempre se había visto obligado al final a
hacerlo. Aquel comentario venenoso que había lanzado el demonio, hubiera sido
muy destructivo si hubiera habido personas alrededor menos formadas. Pero al día
siguiente, cuando me vino a la mente la solución, vi con claridad que la
astucia del demonio se volvía en su contra. Pues si aquel ángel caído había
tratado de denigrar la santidad del nombre de aquel beato, entonces era el
mayor elogio que podía hacerle. La mayor alabanza de su santidad era
precisamente esa, el haber buscado una argucia tan astuta, tan retorcida, para
atacarle.
Meditar sobre aquello me recordaría que Zabulón era también un teólogo.
Aquel ser que se retorcía, gritaba y aullaba, sabía más Teología que yo. Y en
un segundo había formado una frase cuya primera parte era verdadera de hecho y
cuya segunda parte era verdadera de Derecho. Según se interpretara aquella
frase era cierta la visión tradicional de la Iglesia o por el contrario era
cierta una visión según la cual los juicios de la sede de Pablo podían ser
errados, sus santos pecadores, y sus instituciones malas. Además se me
presentaba la sencillez y santidad de la Madre Teresa frente al juicio de la
Sede Apostólica. No podía decirse más, en menos. Afortunadamente, una argucia
del Maligno cuando es descubierta y expuesta a la luz reafirma más justo
aquello que trata de negar. Y a veces la sombra de una gran duda puede ser tan
nefasta como la rotundidad de una pequeña negación.
Aunque aquella frase fue una obra maestra del arte de la duda, fueron
innumerables los momentos en que pude comprobar que aquella voz que hablaba por
boca de la posesa en Teología nunca erraba. Por citar sólo un ejemplo,
irrelevante por otra parte, en una ocasión la madre de la chica le hizo una
pregunta a la posesa en medio de una sesión. No contestó. Entonces le dije:
repite lo que ha dicho tu madre. Al instante, sin dudarlo ni una fracción de
segundo, aquella voz ronca y desagradabLe dijo: yo no tengo madre. Era fácil
cometer una equivocación así por mi parte, pero la voz nunca erró su respuesta
durante meses.
Si le mandaba que alabara a Dios, podía hacerlo al final tras mucho
ordenarselo, podía rezar el Sanctus de la misa, podía repetir frases tales
como: cuánto más me hubiera valido obedecer a Dios; cuánto mejor hubiera sido
no alejarme de la Luz; qué feliz sería si hubiese permanecido junto a la
Palabra. Lo repetía con odio; pero lo repetía. Mas cuando, le dije que
repitiera: me arrepiento de haberme alejado de Dios. Al instante, contundente,
dijo: ¡no, eso no es verdad! Le ordené con las más imperativas
conjuraciones en nombre de Dios a que lo repitiera. Al final me dijo: si me lo
ordenas, lo repetiré, pero no es verdad. Lo medité y vi que tenía razón él. El demonio puede alabar a Dios, forzado,
pero puede alabarle. Pero arrepentirse no puede hacerlo. Para eso es necesaria
una gracia. Gracia que él ya no recibirá.
Las primeras frases (cuánto
más me hubiera valido obedecer a Dios, cuánto mejor hubiera sido no alejarme de
la Luz, qué feliz sería si hubiese permanecido junto a la Palabra) sí que eran
ciertas, pues él con su inteligencia sabe cuánto ha perdido en su rebelión.
Pero una cosa es saber eso con su inteligencia, y otra el acto sobrenatural del
arrepentimiento. Ejemplos
de este profundo conocimiento teológico tuve muchos.
Alguna vez que otra le hice alguna pregunta a la que contestó: eso no es
relevante. Efectivamente, el demonio no tenía ninguna obligación de contestar
preguntas que fueran curiosas o que no sirvieran al caso. El demonio no tenía
obligación de contestar y por más que oráramos la fuerza de la oración no
sacaba de él ninguna respuesta porque Dios no le obligaba a ello. Por ejemplo,
decía unas cosas muy extrañas en un idioma desconocido (MIDP.- son lenguas infernales). Le pregunté qué idioma
era ese, la respuesta fue que no era relevante y no hubo manera de sacarlo de
su mutismo.
En otra ocasión estaba haciéndole repetir frases, frases teológicas que le
atormentaban mucho, del tipo que he mencionado antes, llevábamos ya una o dos
horas y yo ya estaba muy cansado, francamente muy cansado, entonces fruto de la
fatiga no coordiné muy bien la frase, la traté de cambiar sobre la marcha (pues
las improvisaba) y el resultado fue que me salió una afirmación teológica que
no tenía ni pies ni revés. El demonio aunque no abrió la boca, puso cara de
decir “eres imbécil”. Cualquiera que emplee un segundo en imaginar visualmente
la escena se dará cuenta de lo gracioso que era aquello. Ante lo chusco de la
situación no pude evitar el comenzar a reírme, de mi frase, de la cara de la
posesa. Yo, como santa Teresa, tengo una risa bastante contagiosa, quizá un
poco estruendosa, y el resultado es que en un ambiente tan serio y crispado,
contagié la risa a todos. Cual fue mi sorpresa al ver que también el poseso en
trance comenzó a reírse. Me quedé muy sorprendido. La risa fue leve, mínima,
pero la había hecho. El demonio podía reírse. ¡Le había contagiado la risa!
Llegué a la conclusión de que el sentido del humor es consustancial a todo
ser inteligente. Todo ser dotado de raciocinio puede sentir lo gracioso de una
situación. Desde luego no había ningún problema teológico en que a un espíritu
caído le hiciera gracia algo. El demonio como espíritu no puede reír. Algo le
puede hacer gracia, pero reír es una operación corporal. Pero cuando posee un
cuerpo, los sentimientos de su espíritu angélico si que en ocasiones se
manifiestan a través del cuerpo que posee: llorando, dando gritos de horror,
risa maligna, etc.
No lo he dicho al comienzo pero todas las sesiones de oración por Marta
tuvieron lugar en mi parroquia. Una parroquia cerca a menos de media hora del
centro de Madrid. En la iglesia hay varias capillas; todas las oraciones las
hicimos en la capilla de Santo Tomás Becket que está bajo tierra, lo cual hacía
imposible que ningún sonido se oyera fuera de la iglesia. La capilla usada en invierno
para las misas de los días de diario está presidida por el sagrario y una
reproducción de metro y medio de altura que representa un fresco: un majestuoso
cristo románico del ábside de San Clemente de Tahull. Dos bancos situados como
dos coros monásticos recorrían las paredes de la capilla. La iluminación y el
ambiente, tan románico, hacían que cualquiera que entrase se sintiese
naturalmente inclinado a la oración.
En una sesión, comencé a orar, entró en trance, se quedó quieta, pero ni
gritó, ni se agitó. No entendía que pasaba. Insistí, pero nada. Le levantaba
los párpados, los ojos estaban en blanco, pero no hacía nada más. Al cabo de
más de una hora por fin se agitó. En un momento dado hizo gesto con la mano de
escribir. Le traje papel y bolígrafo. Y tumbada, sin mirar, con los ojos en
blanco, escribió sobre el papel apoyado en su vientre la siguiente frase: tenía
refuerzos. Estaba Satán, añadió.
Desde entonces, siempre oro
antes de comenzar una sesión para que Dios derrame la Preciosísima Sangre de su
Hijo sobre ese lugar de manera que no puedan otros demonios ayudar al que está
siendo exorcizado. Después
de pedir eso, con el hisopo, rodeo el perímetro interior de la capilla
aspergiendo agua bendita.
Me pregunté por qué había escrito aquello de que tenía refuerzos. Me di
cuenta de que el poder de nuestra oración a veces le obligaba a revelarnos
cosas. Aquello de la escritura ocurriría más veces otros días, normalmente hacia el final de la
sesión. En un momento dado, hacía con la mano el gesto de escribir y si le
llevábamos papel escribía. Era curioso que al escribir no se salía del
papel a pesar de escribir en una postura tan incómoda. Pues escribía tumbada
totalmente, con el papel apoyado sobre su vientre, y con los ojos cerrados y en
blanco bajo los párpados. Y no sólo no se salía del papel sino que incluso
ponía los puntos sobre las íes. Curiosamente cada demonio tenía su estilo
de letra. Un día, incluso,
escribió en hebreo.
Como ya he dicho, los demonios no
quieren decirnos nada que nos sirva, pero el poder de la oración les obliga. Y
eso lo hemos comprobado porque a veces los Rosarios y otras oraciones que
hacíamos les forzaban a revelar lo que más les atormentaba o, incluso, a
revelarnos lo que les iba a hacer salir. Pues cada demonio tiene algo que es lo
que más le atormenta a él en especial.
Al demonio no hay que preguntarle
nada ocioso. Pero algunas preguntas son útiles. Tales como el número de
demonios que hay dentro, sus nombres, qué hay que hacer para que salgan... Los
que no saben de esta materia dicen que no tiene sentido preguntarles, porque
Satán es el padre de la mentira. Tienen razón, pero a veces el poder de Dios le
obliga a responder. Si uno le conmina a decir la verdad en el nombre de Jesús
una de dos: o no responde o si responde dice la verdad. Si siempre dice la
mentira no tendría sentido preguntarle. Pero el mismo Jesús en ocasiones hizo
preguntas a los demonios. El mismo Cristo le preguntó a uno cuál era su nombre,
cuántos estaban dentro... tal como aparece en el capítulo del endemoniado de
Gerasa en San Lucas.
La chica posesa en el momento que
entraba en trance por supuesto obedecía a cualquier orden dada en latín (1).
Un día le ordené: ‘in nomine Iesu,
vigesimum secundum psalmum dic’. Que significa: ‘en el nombre de Jesús, recita
el salmo número 22’. La posesa no dijo nada, pero cuando ya creía que no
respondería comenzó a musitar: 'Dios mío, por qué me has abandonado'. Me di
cuenta de que ese era el comienzo de un salmo, pero no el 22. Fui por una
Biblia y comprobé que el demonio no se había equivocado. Sólo que yo le había
preguntado por el salmo 22 de la numeración de la Neovulgata y el demonio me
había respondido con el 22 de la numeración de la Biblia hebrea.
Nota del MIDP.- No es la chica, sino los demonios que obedecen las órdenes dadas en
latín, idioma oficial de la Iglesia fundada por Cristo sobre Pedro.
Puesto que sólo había comenzado a recitar el salmo le volví a ordenar que
lo recitara íntegro. Pero cuál fue mi sorpresa cuando Zabulón protestó lleno de
congoja que de ninguna manera: tú me mandas eso para aumentar la fe de los que
están aquí, ¡no pienso decirlo! No me pude aguantar la risa, mi carcajada fue
monumental. En medio de la seriedad del momento, la risa me vino una y otra vez
durante un par de minutos. Fue algo muy gracioso ver al demonio como si dijera:
esto ya es el colmo, me usas hasta
para tus apostolados. Se sentía un demonio utilizado.
En otro momento hice otro
experimento. ‘Sin mover los
labios, sólo con la mente’, me dirigí a él y le ordené: dime los últimos cuatro versículos del
Apocalipsis. No dijo nada; pero al cabo de un par de minutos, con su voz ronca
y llena de odio exclamó: no me gusta el Apocalipsis.
Pero lo que más me ha impresionado de los casos de posesión que he visto en
todos estos años que llevo recibiendo gente no han sido los fenómenos
extraordinarios, ni la fuerza, ni el conocimiento de cosas ocultas, sino los
diálogos. Hablar con un ser condenado
para toda la eternidad es algo impresionante. El odio, la rabia, la
ira, la furia que denotan sus palabras por pocas que sean es algo que nunca se
olvida. Sus respuestas eran telegráficas, pero llenas de una profundidad
insondable. La insondable profundidad de un odio eterno. El abismo de profundidad de un espíritu que sabe que Dios existe y
al que nunca verá. De verdad que escuchar a alguien así supone una verdadera
predicación. Ya sólo oír el tono de la voz del demonio hablando a
través de un ser humano, su furia, rabia y odio, son cosas que no se olvidan.
Por eso aquellas sesiones hicieron
un gran bien a mi alma. Fueron una fuente de acrecentamiento espiritual, un don
de Dios. Y las sesiones
continuaban. Ya llevábamos tres meses. Ya era como una rutina, una vez a la
semana, llegaban a mi parroquia y una nueva sesión daba comienzo. Un día me
dijo la madre que esa semana había estado en el hospital. Zabulón había provocado un accidente que hizo que ella tuviera que
ser atendida en un hospital. Y de hecho durante la sesión de oración el
demonio dijo que sí, que había intentado matarla. Me gustaría dar más detalles
del tipo de accidente que sufrió, pero la madre al leer el manuscrito me tachó
todo lo relativo a este interesante suceso.
Pero con independencia de los detalles, esa era otra cosa que habíamos
visto con claridad, los demonios hablaban
entre ellos, se ponían de acuerdo, estaban dispuestos a provocar algún tipo de
accidente que acabara con la vida de la posesa o la mía. Incluso la
vida de la madre estaba en peligro, pues los demonios sabían que muerta la
madre, la hija podría sumirse en una depresión o en cualquier otro problema que
pusiera fin a esta lenta liberación. Estaban dispuestos a cualquier cosa con
tal de que todo este proceso no acabara con el triunfo de Cristo. Pero ninguno
tuvimos ningún temor por esta noticia, la
Virgen María nos protegería. Y protegiéndonos Ella, no había nada que temer.